Fue el año de la caída de Arbenz, en el 54. Don Santiago sembró la idea, como tantas otras que le heredó.
17 años tenía de edad y tres trabajando con él. Mecánico, piloto, auxiliar para lo que se ofreciera. Viajes a la costa, para vigilar la cosecha de algodón. De regreso al altiplano, para hacer lo propio con el café. En la casa grande, cuidando las ocasionales borracheras de don Santiago.
La rutina iniciaba antes que el sol se pusiera y terminaba mucho después. Los días se sucedían inmediatos. El trabajo no dejaba tiempo al disfrute, no había más que ocupar las manos: -cada minuto es un kilómetro- repetía don Santiago, aún con pie en tierra. Anticiparse era la tarea más importante y aquella en la que encontró mayor éxito.Don Santiago aprobó su esfuerzo y lo admitió en la casa grande en las horas de comida, lo adoptó como confidente y sin querer, le sembró una ruta: independencia.
En plena reforma agraria, don Santiago se acercó con una noticia: -Vos estás joven, yo miro que tenés ganas de trabajar - dijo con su acento catalán -Vas a casarte-.
La sorpresa lo dejó frío, pero don Santiago no era hombre de misterios y con pocas palabras le explicó que estaban regalando tierra en la costa, pero debía tener familia. -Algunos alcaldes son mis amigos, de eso no te preocupés. No vas a poder sembrar algodón, pero es tierra y la tierra vale- le aseguró.
Convencido por la tenacidad del viejo, aceptó. 17 años, casado con Marianela Galindo, originaria de Cuilco, Huehuetenango. Nunca la conoció.
Don Santiago planificó el viaje a la costa, muy a propósito de la distribución de tierra. "El Rosario" decía el acta, parcela 33. Los planes incluían tomar posesión de la tierra, aprovecharla y trabajar cada hora libre sembrando conacaste y cedro. Siete años después, la parcela estaría en total producción.
Los papeles se redactaron. Las actas se firmaron. Los sellos dieron fe. La gente empezó a acercarse.
Llegaron primero solos, con cara de amigos, pretendiendo hacer un favor. -Usted está joven, piénselo bien. Los que reciban la parcela, al otro día se van al cielo, eso dicen-
Después llegaron en grupo, vigilantes siempre de encontrarle solo.
El rumor se hizo tan grande que terminó por acabar con la ilusión de una parcela propia. Se lo dijo a don Santiago esa noche: - Le agradezco la intención, pero si voy a tener algo, va a ser porque me cueste. No quiero nada regalado, porque se va entre los dedos-. No le dijo de las amenazas, de todas formas el matrimonio de mentiras no lo dejaba en paz.
Don Santiago sonrió, reconociendo sus palabras en el muchacho. -Sólo necesito que me arregle la cédula- dijo, con la tez morena encendida en llamas. -No te preocupés- respondió don Santiago, satisfecho de tenerlo otra vez a su servicio. -¿y ella?- preguntó el muchacho- ¿está de acuerdo? Don Santiago aspiro una bocanada de humo, lo miró a los ojos y calló. Poco tiempo después le explicó, usando el mínimo de palabras posible, que lo había casado con una difunta.
La parcela 33 quedó en la costa, junto al recuerdo de Marianela. Ambos se hicieron humo.
17 años tenía de edad y tres trabajando con él. Mecánico, piloto, auxiliar para lo que se ofreciera. Viajes a la costa, para vigilar la cosecha de algodón. De regreso al altiplano, para hacer lo propio con el café. En la casa grande, cuidando las ocasionales borracheras de don Santiago.
La rutina iniciaba antes que el sol se pusiera y terminaba mucho después. Los días se sucedían inmediatos. El trabajo no dejaba tiempo al disfrute, no había más que ocupar las manos: -cada minuto es un kilómetro- repetía don Santiago, aún con pie en tierra. Anticiparse era la tarea más importante y aquella en la que encontró mayor éxito.Don Santiago aprobó su esfuerzo y lo admitió en la casa grande en las horas de comida, lo adoptó como confidente y sin querer, le sembró una ruta: independencia.
En plena reforma agraria, don Santiago se acercó con una noticia: -Vos estás joven, yo miro que tenés ganas de trabajar - dijo con su acento catalán -Vas a casarte-.
La sorpresa lo dejó frío, pero don Santiago no era hombre de misterios y con pocas palabras le explicó que estaban regalando tierra en la costa, pero debía tener familia. -Algunos alcaldes son mis amigos, de eso no te preocupés. No vas a poder sembrar algodón, pero es tierra y la tierra vale- le aseguró.
Convencido por la tenacidad del viejo, aceptó. 17 años, casado con Marianela Galindo, originaria de Cuilco, Huehuetenango. Nunca la conoció.
Don Santiago planificó el viaje a la costa, muy a propósito de la distribución de tierra. "El Rosario" decía el acta, parcela 33. Los planes incluían tomar posesión de la tierra, aprovecharla y trabajar cada hora libre sembrando conacaste y cedro. Siete años después, la parcela estaría en total producción.
Los papeles se redactaron. Las actas se firmaron. Los sellos dieron fe. La gente empezó a acercarse.
Llegaron primero solos, con cara de amigos, pretendiendo hacer un favor. -Usted está joven, piénselo bien. Los que reciban la parcela, al otro día se van al cielo, eso dicen-
Después llegaron en grupo, vigilantes siempre de encontrarle solo.
El rumor se hizo tan grande que terminó por acabar con la ilusión de una parcela propia. Se lo dijo a don Santiago esa noche: - Le agradezco la intención, pero si voy a tener algo, va a ser porque me cueste. No quiero nada regalado, porque se va entre los dedos-. No le dijo de las amenazas, de todas formas el matrimonio de mentiras no lo dejaba en paz.
Don Santiago sonrió, reconociendo sus palabras en el muchacho. -Sólo necesito que me arregle la cédula- dijo, con la tez morena encendida en llamas. -No te preocupés- respondió don Santiago, satisfecho de tenerlo otra vez a su servicio. -¿y ella?- preguntó el muchacho- ¿está de acuerdo? Don Santiago aspiro una bocanada de humo, lo miró a los ojos y calló. Poco tiempo después le explicó, usando el mínimo de palabras posible, que lo había casado con una difunta.
