22 diciembre 2011

Parcela 33

Fue el año de la caída de Arbenz, en el 54. Don Santiago sembró la idea, como tantas otras que le heredó.
17 años tenía de edad y tres trabajando con él. Mecánico, piloto, auxiliar para lo que se ofreciera. Viajes a la costa, para vigilar la cosecha de algodón. De regreso al altiplano, para hacer lo propio con el café. En la casa grande, cuidando las ocasionales borracheras de don Santiago.

La rutina iniciaba antes que el sol se pusiera y terminaba mucho después.  Los días se sucedían inmediatos. El trabajo no dejaba tiempo al disfrute, no había más que ocupar las manos: -cada minuto es un kilómetro- repetía don Santiago, aún con pie en tierra. Anticiparse era la tarea más importante y aquella en la que encontró mayor éxito.Don Santiago aprobó su esfuerzo y lo admitió en la casa grande en las horas de comida, lo adoptó como confidente y sin querer, le sembró una ruta: independencia.

En plena reforma agraria, don Santiago se acercó con una noticia: -Vos estás joven, yo miro que tenés ganas de trabajar - dijo con su acento catalán  -Vas a casarte-.
La sorpresa lo dejó frío, pero don Santiago no era hombre de misterios y con pocas palabras le explicó que estaban regalando tierra en la costa, pero debía tener familia. -Algunos alcaldes son mis amigos, de eso no te preocupés. No vas a poder sembrar algodón, pero es tierra y la tierra vale- le aseguró.

Convencido por la tenacidad del viejo, aceptó. 17 años, casado con Marianela Galindo, originaria de Cuilco, Huehuetenango. Nunca la conoció.

Don Santiago planificó el viaje a la costa, muy a propósito de la distribución de tierra. "El Rosario" decía el acta, parcela 33.  Los planes incluían tomar posesión de la tierra, aprovecharla y trabajar cada hora libre sembrando conacaste y cedro. Siete años después, la parcela estaría en total producción.
Los papeles se redactaron. Las actas se firmaron. Los sellos dieron fe. La gente empezó a acercarse.

Llegaron primero solos, con cara de amigos, pretendiendo hacer un favor. -Usted está joven, piénselo bien. Los que reciban la parcela, al otro día se van al cielo, eso dicen-

Después llegaron en grupo, vigilantes siempre de encontrarle solo.

El rumor se hizo tan grande que terminó por acabar con la ilusión de una parcela propia. Se lo dijo a don Santiago esa noche: - Le agradezco la intención, pero si voy a tener algo, va a ser porque me cueste. No quiero nada regalado, porque se va entre los dedos-. No le dijo de las amenazas, de todas formas el matrimonio de mentiras no lo dejaba en paz.

Don Santiago sonrió, reconociendo sus palabras en el muchacho.  -Sólo necesito que me arregle la cédula- dijo, con la tez morena encendida en llamas. -No te preocupés- respondió don Santiago, satisfecho de tenerlo otra vez a su servicio.  -¿y ella?- preguntó el muchacho- ¿está de acuerdo?  Don Santiago aspiro una bocanada de humo, lo miró a los ojos y calló.  Poco tiempo después le explicó, usando el mínimo de palabras posible, que lo había casado con una difunta. 

La parcela 33 quedó en la costa, junto al recuerdo de Marianela. Ambos se hicieron humo.


13 diciembre 2011

Nada

Abro los ojos.
No veo nada, solo oscuridad.

Quiero moverme.
No me siento.

Aspiro.
El aire no huele a nada.
Es simple aire, sin viento.
No lo siento, no lo necesito, no respiro.

Todo está en calma.
Abro un poco más los ojos.
Intento mi truco de niña, jugando a gato para asustar a la oscuridad.
No funciona.
No hay luz
No hay movimiento
No hay nada.

Intento recordar.
Dormí.
Me despedí con un beso, cerré el libro y apagué la luz.
Era una noche muy oscura.
Recuerdo que la almohada me molestaba, giré un poco y me dormí sin sueños.
Luego, desperté aquí.

Entiendo que es un espacio pequeño, porque no puedo moverme.
Tampoco puedo hablar.
Pronuncio frases, palabras... grito, pero todo se queda en mi cabeza.
No me encuentro la boca, no tengo manos para encontrarme.

Ya pasaron varias horas y no entiendo por qué nadie me despierta.
Otro mal sueño.
¡Muévanme!

Cuando tengo pesadillas funciona, despierto con un sonido gutural prendido en la garganta y la boca seca.

El reloj está mudo y todos aquí están sordos.

No hay frío.
Tampoco calor.
Solo tiempo,
solo yo.

Aguardo.
¿Me oyen? ¡Levántense!
Nada.

Pensamientos. Segundos. Minutos. Horas.
Oscuridad
Todo quieto.

Intento prestar atención, quiero descubrir un haz de luz. Uno solo.
¡Hablen, carajo!

Nada.

Intento moverme.
No puedo.
No siento mi peso. Nada me roza.
Parece como si de repente todo se hubiese congelado, menos mi mente.
¡Mierda!

Cierro los ojos.
La misma oscuridad de fuera, es la que tengo por dentro.
Me fuerzo a dormir.
Es imposible.
Estoy aquí, ¿no pueden verme?

Me hundo en un recuerdo. Me invento una historia.
Tal vez, sí, tal vez me pierda en los detalles y vuelva a dormir.

Es tarde.
A esta hora el café ya debió soltar su aroma.
No lo siento.
Falta poco para que despierten y yo con ellos.

Alguien se mueve.
Escucho voces.
¿Por qué hablan tan bajo?
¡Respondan!

¿Por qué callan?
¿Por qué me dejan aquí?
¡No se vayan!
!Estoy viva, carajo!

¿Te apuntás?

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