21 octubre 2011

Gris incompleto

Hoy amanecí con un dolor en la vida, que no me deja.  Tengo dos días que sueño raro... aunque no sé si es sueño o recuerdo.

Trato de estirar el día de ayer lo más que puedo, pero se me escurre entre las manos y tengo que despertar a este hoy que no deseo. 

Me levanto y empiezo esta rutina acostumbrada de engarzarme al sistema que rechazo por antinatural, tratando de no cortar mis raíces y quedarme prendida a lo que quiero. 

Reviso como todos los días los titulares de los diarios, como parte de mi rutina y página a página me va creciendo este dolor dentro. 

Camino por la mañana para pedir ayuda para seres invisibles que no conozco, pero que siento que me gritan.  Me topo con un muro de indiferencia burócrata que no se mueve, que se volvió gris a pesar de aparentar ser humano.

Sigo caminando, busco, palpo, tratando de encontrar algo de qué asirme y llego al semáforo.  El payasito de siempre me llega a la pupila, otra vez.  Ayer no pude dejarle nada, no traía.  Hoy sí.  Busco tratando de ganarle la carrera a la luz verde y le extiendo unas monedas que me dan vergüenza.  Siento un pequeño roce helado y el corazón se me arruga.

No sé cuándo me empezó a crecer este torrente dentro.  No fue en las clases de economía, tampoco en las de pobreza.  Creo que el sol me derritió el hielo por dentro.

Sigo caminando.  Veo a la cajera del banco, su rudeza y la sonrisa ensayada en juego con el uniforme nuevo.  Me pregunto qué piensa, qué siente y me compadezco a mi, viéndola a ella. 

Salgo. La cuenta aún tiene un poco más para terminar este mes que se ha vuelto interminable.

Regreso, me encierro.  Estas cuatro paredes, verdes y frías, hoy son hostiles. 

Callo, termino con los papeles y las respuestas que tengo sobre el escritorio y me enfrasco otra vez en la lectura.

Termino la jornada sintiéndome gris por dentro.  No entiendo que me pasa y ni siquiera es temporada hormonal para echarle la culpa. 

Un minuto, un segundo indescifrable da paso al torrente. Me rebalso.  Las gotitas saladas acuden una a una y no puedo detenerlas, no sé como.

Lloro por mi, por este pedazo de vida que dejo encerrada en un edificio sombrío.  Lloro por mi libertad perdida y mis alas cercenadas, por mi temor a salir corriendo.

Lloro por el miedo a perder mi miseria, por el payasito de manos frías y la cajera. 
Lloro por el cadáver de una bebé que nunca he visto, por una asesinada, por otra desaparecida.

Lloro por los golpes ocultos, por la sangre muda que se ha quedado prendida en casas y en paredes.

Lloro por los niños que ven sufrir a la madre y por la madre que se deja mutilar para proteger a sus hijos.  Lloro por los trabajadores de maquilas, por mi vecina abandonada. 

Lloro porque no me caben tantas injusticias en los ojos y la indiferencia se sigue interponiendo.

07 octubre 2011

Panfleto de la corteza-coraza

Hoy me cuesta respirar.  Este día es dístinto, esta corteza pesa más.  Me gustan los días en que soy capaz de levantarla en la madrugada, cargar con ella directo a la regadera y poco a poco dejar que se disuelva bajo el agua. Cinco segundos de libertad, sola yo con el agua tibia corriendo por la espalda. No importa si luego la coraza vuelve a crecer, enraizada en mi propia piel y apropiándose de mi cuerpo, ciñendo cada centímetro de lo que soy.

No me dí cuenta cuándo empezó a crecer esta piel nueva sobre mi propia piel, creo que fue cuando nací y el doctor le dijo a mi mamá "es una nena" sin poder ocultar un dejo de compasión en su tono condescendiente.  Puede ser que empezó a crecer la corteza junto a mi piel, el día que mi papá vio el ultrasonido y sólo pudo comentar "estas cosas no siempre resultan ciertas", como si mi sexo fuera una enfermedad que impedía mostrarles al hijo que siempre desearon.

Puede ser que haya nacido libre, sin la gruesa y áspera capa que me recubre.  Tal vez la corteza empezó a crecer conmigo, cada vez que un juego era negado por mi condición.  Las rodillas deben haber sido el primer espacio de mi cuerpo en tener corteza, porque tenía prohibido causarme raspones, eso me impediría lucir una linda minifalda cuando creciera.  Puede ser.  Nunca me pregunté cuándo apareció la corteza y aunque siempre me ha molestado, los intentos por cortarla me han dejado agotada. 

Hubo una época en la que despertaba sin coraza, es cierto.  Podía ir desnuda al baño, cerrar los ojos y seguir pensando sin restricciones. La corteza no apretaba.  Aparecía a la hora de vestirme para ir a la escuela y se disimulaba entre la falda paletoneada y las calcetas altas. Picaba.

Las coletas sólo agravaban la picazón en la cabeza. Yo quería la cabellera indomable de Damián, el chico rudo de kinder. Nunca pude tenerla, porque las coletas se encargaron de domar los instintos subersivos de este cabello imposible.

En primavera la coraza se desgaja, empieza a perder capas, como un árbol seco. En invierno se vuelve dura y ciñe aún más.  Puedo imaginarme vivir sin coraza, pero necesitaría estar desnuda y eso resulta más bien imposible, como vivir sin miedo. 

Viviendo bajo esta corteza, estoy protegida. Todos me ven, pero nadie me conoce.  Tengo además las gotas tibias que se diluyen en mi piel y me dejan sentirme.

¿Debo agradecer a la corteza ese momento de felicidad, pues si ella no existiese yo no podría percibir ese pequeño goce y me perdería en la liviandad de un mundo desenfrenado que quizá no pueda enfrentar?  Talvez si mi sexo se hubiese revelado distinto, esta corteza no tendría necesidad de ser y yo podría sentirme libre de andar desnuda.

**Coraza y corteza son dos palabras que involuntariamente se cruzaron y no quise cambiarlas porque me parece que se filtraron a propósito

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Si pudiera dejar de escribir, seguramente lo haría. Mis otros blogs: lilianavillatoro.wordpress.com oracogeecocaro.blogspot.com eldecalogodelciempies.blogspot.com