Hoy me cuesta respirar. Este día es dístinto, esta corteza pesa más. Me gustan los días en que soy capaz de levantarla en la madrugada, cargar con ella directo a la regadera y poco a poco dejar que se disuelva bajo el agua. Cinco segundos de libertad, sola yo con el agua tibia corriendo por la espalda. No importa si luego la coraza vuelve a crecer, enraizada en mi propia piel y apropiándose de mi cuerpo, ciñendo cada centímetro de lo que soy.
No me dí cuenta cuándo empezó a crecer esta piel nueva sobre mi propia piel, creo que fue cuando nací y el doctor le dijo a mi mamá "es una nena" sin poder ocultar un dejo de compasión en su tono condescendiente. Puede ser que empezó a crecer la corteza junto a mi piel, el día que mi papá vio el ultrasonido y sólo pudo comentar "estas cosas no siempre resultan ciertas", como si mi sexo fuera una enfermedad que impedía mostrarles al hijo que siempre desearon.
Puede ser que haya nacido libre, sin la gruesa y áspera capa que me recubre. Tal vez la corteza empezó a crecer conmigo, cada vez que un juego era negado por mi condición. Las rodillas deben haber sido el primer espacio de mi cuerpo en tener corteza, porque tenía prohibido causarme raspones, eso me impediría lucir una linda minifalda cuando creciera. Puede ser. Nunca me pregunté cuándo apareció la corteza y aunque siempre me ha molestado, los intentos por cortarla me han dejado agotada.
Hubo una época en la que despertaba sin coraza, es cierto. Podía ir desnuda al baño, cerrar los ojos y seguir pensando sin restricciones. La corteza no apretaba. Aparecía a la hora de vestirme para ir a la escuela y se disimulaba entre la falda paletoneada y las calcetas altas. Picaba.
Las coletas sólo agravaban la picazón en la cabeza. Yo quería la cabellera indomable de Damián, el chico rudo de kinder. Nunca pude tenerla, porque las coletas se encargaron de domar los instintos subersivos de este cabello imposible.
En primavera la coraza se desgaja, empieza a perder capas, como un árbol seco. En invierno se vuelve dura y ciñe aún más. Puedo imaginarme vivir sin coraza, pero necesitaría estar desnuda y eso resulta más bien imposible, como vivir sin miedo.
Viviendo bajo esta corteza, estoy protegida. Todos me ven, pero nadie me conoce. Tengo además las gotas tibias que se diluyen en mi piel y me dejan sentirme.
¿Debo agradecer a la corteza ese momento de felicidad, pues si ella no existiese yo no podría percibir ese pequeño goce y me perdería en la liviandad de un mundo desenfrenado que quizá no pueda enfrentar? Talvez si mi sexo se hubiese revelado distinto, esta corteza no tendría necesidad de ser y yo podría sentirme libre de andar desnuda.
No me dí cuenta cuándo empezó a crecer esta piel nueva sobre mi propia piel, creo que fue cuando nací y el doctor le dijo a mi mamá "es una nena" sin poder ocultar un dejo de compasión en su tono condescendiente. Puede ser que empezó a crecer la corteza junto a mi piel, el día que mi papá vio el ultrasonido y sólo pudo comentar "estas cosas no siempre resultan ciertas", como si mi sexo fuera una enfermedad que impedía mostrarles al hijo que siempre desearon.
Puede ser que haya nacido libre, sin la gruesa y áspera capa que me recubre. Tal vez la corteza empezó a crecer conmigo, cada vez que un juego era negado por mi condición. Las rodillas deben haber sido el primer espacio de mi cuerpo en tener corteza, porque tenía prohibido causarme raspones, eso me impediría lucir una linda minifalda cuando creciera. Puede ser. Nunca me pregunté cuándo apareció la corteza y aunque siempre me ha molestado, los intentos por cortarla me han dejado agotada.
Hubo una época en la que despertaba sin coraza, es cierto. Podía ir desnuda al baño, cerrar los ojos y seguir pensando sin restricciones. La corteza no apretaba. Aparecía a la hora de vestirme para ir a la escuela y se disimulaba entre la falda paletoneada y las calcetas altas. Picaba.
Las coletas sólo agravaban la picazón en la cabeza. Yo quería la cabellera indomable de Damián, el chico rudo de kinder. Nunca pude tenerla, porque las coletas se encargaron de domar los instintos subersivos de este cabello imposible.
En primavera la coraza se desgaja, empieza a perder capas, como un árbol seco. En invierno se vuelve dura y ciñe aún más. Puedo imaginarme vivir sin coraza, pero necesitaría estar desnuda y eso resulta más bien imposible, como vivir sin miedo.
Viviendo bajo esta corteza, estoy protegida. Todos me ven, pero nadie me conoce. Tengo además las gotas tibias que se diluyen en mi piel y me dejan sentirme.
**Coraza y corteza son dos palabras que involuntariamente se cruzaron y no quise cambiarlas porque me parece que se filtraron a propósito
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