Es sábado. Vuelvo a sentarme en el sillón del piloto, el que nunca debí dejar alegando una comodidad que a veces fue mentira. Esta vez reviso yo misma el nivel de aceite y agua y recuerdo los pendientes que tengo con el mecánico.
Estoy molesta. Me incomoda algo que no entiendo y es el miedo. Intento sobornarme con este cansancio que los últimos días es constante, pero entiendo que me estoy dando zancadilla mental. Tomo las llaves, aseguro cinturones y salimos volando. Es día de cine y tenemos kilómetros por delante.
Monserrat se ha acostumbrado a viajar conmigo, ahora duerme. Yo tengo la música alta y voy cantando. Bailo cuando las curvas lo permiten. Y veo.
Occidente es un paisaje sucesivo, manchado con antenas rojo y blanco, aspiraciones políticas y un cableado espantoso de fluido eléctrico. Fluido. Interesante palabra.
Esos postes altos, que permiten que los cables se levanten lo suficiente, siempre me han atraído. No es freudiano, me llama la atención la esclavitud en que trabajan, silenciosos. (De acuerdo, puede ser freudiano).
Son esos cables que los atan, que los apresan desde el momento en que se levantan, uno por cada costado hasta enderezarlos en su sitio, tensando lo suficiente para evitar que la fuerza sea dispareja, como si tuviera sentido. Una vez que están de pie, los cables se fijan al suelo a una distancia prudente, siempre tensos, siempre sujetando. El poste asiste, es funcional.
En esa carretera pienso qué pasaría si alguna vez empezáramos a desatar los cables, uno por uno. No es algo cuerdo, tal vez sea obvio que el "fluido" se suspenderá, que el poste terminará en el suelo en un espectáculo poco agradable y peligroso... o tal vez flote. Y quiero pensar que puede pasar, que aunque suene imposible, el pedazo gris de cemento, tan soso, tan funcional, tan equilibrado en medio de la tensión que lo sujeta, flote.
No me da esperanza, es un algo creado. Pero es un buen momento para continuar desatando.
Estoy molesta. Me incomoda algo que no entiendo y es el miedo. Intento sobornarme con este cansancio que los últimos días es constante, pero entiendo que me estoy dando zancadilla mental. Tomo las llaves, aseguro cinturones y salimos volando. Es día de cine y tenemos kilómetros por delante.
Monserrat se ha acostumbrado a viajar conmigo, ahora duerme. Yo tengo la música alta y voy cantando. Bailo cuando las curvas lo permiten. Y veo.
Occidente es un paisaje sucesivo, manchado con antenas rojo y blanco, aspiraciones políticas y un cableado espantoso de fluido eléctrico. Fluido. Interesante palabra.
Esos postes altos, que permiten que los cables se levanten lo suficiente, siempre me han atraído. No es freudiano, me llama la atención la esclavitud en que trabajan, silenciosos. (De acuerdo, puede ser freudiano).
Son esos cables que los atan, que los apresan desde el momento en que se levantan, uno por cada costado hasta enderezarlos en su sitio, tensando lo suficiente para evitar que la fuerza sea dispareja, como si tuviera sentido. Una vez que están de pie, los cables se fijan al suelo a una distancia prudente, siempre tensos, siempre sujetando. El poste asiste, es funcional.
En esa carretera pienso qué pasaría si alguna vez empezáramos a desatar los cables, uno por uno. No es algo cuerdo, tal vez sea obvio que el "fluido" se suspenderá, que el poste terminará en el suelo en un espectáculo poco agradable y peligroso... o tal vez flote. Y quiero pensar que puede pasar, que aunque suene imposible, el pedazo gris de cemento, tan soso, tan funcional, tan equilibrado en medio de la tensión que lo sujeta, flote.
No me da esperanza, es un algo creado. Pero es un buen momento para continuar desatando.
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