No contó los pasos. Memorizaba la distancia asumiendo el espacio necesario.
Ni distante ni cercano.
Silencioso.
Tomó el cuello, que ante la sorpresa de las manos frías se sacudió en un espasmo desorganizado. Los nudillos palidecieron con fuerza. Las manos se acariciaron una a la otra, concentradas en una danza calmada y decidida. El pulso se debilitó.
No hubo adiós.
El asesino respiró tranquilo. No había más qué decir. Todo quedó guardado en el momento perfecto, sin derrumbarse, sin mayores daños. El cadavér quedaba intacto, rebozante de belleza a muerte.
Ausente, lejano, etéreo, suyo.
Era mejor así, nunca le gustaron las despedidas.
Es difícil decir adiós e irse sin dejar,
más cuando está vacía mi vocación de fantasma.
Queda esta deuda nuestra,
un giro sin adioses y sin dramas.
Nadie se va, sabemos que ahí estamos.
Como siempre y como nunca.
Te quiero y te guardo conmigo, por siempre
como vos guardás mi cadáver
o a mi
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