24 marzo 2011

Uy!

La Toma repasaba cada uno de los segundos del día más importante desde que llegó a trabajar a esa colonia.  Nunca había sido relevante, ni para ella, ni ella para los demás.
La Toma vivía mentalmente en La Barranca, la aldea que dejó tres meses atrás cuando su papá decidió que era mejor que se la llevara don Esteban a trabajar, a falta de fondos que alimentaran esa boca con apariencia siempre asustada.
La Toma no dijo nada, asintió. Era lo único que había aprendido a hacer para evitarse los golpes con el palo de membrillo.

Llegó a la Colonia con un corte sencillo y la blusa desteñida, un par de zapatitos plásticos cubiertos de lodo, que vestían los pequeños pies como botas interminables de piel y suciedad. El pelo enredado que se escapaba al nudo que lo atrapaba, no dejaba ver el par de ojitos curiosos, expectantes, que aunque en sonidos no lo tradujera, observaba a detalle todo lo que le rodeaba.

Don Esteban había contratado a la Toma, como le llamaron desde entonces a Tomasa, para trabajar con su nuera, en una colonia medio nueva, medio barata, medio sola y medio desconocida. La Toma viajó cinco horas en bus, por ladera y terracería y finalmente llegó a la ciudad, sucia, cansada y expectante.  Al entrar en la casa, inició la vorágine de órdenes: ahora lavá este trasto. No, con la esponjita. No, ese es el jabón de la ropa. No Toma, ay! esta Toma.

Pero hoy había sido diferente. La Toma se sentía importante y aunque agarraba la escoba como todos los días, se creía dueña de un tesoro importante, algo que era suyo, que le pertenecía, que la patrona no podía quitarle cuando escarbaba entre sus cosas, era un secreto.

"¡Uy! la seño... quien dijera? Quien se la mira tan chula y agarradita del señorón. El  don bien que se tiene guardadita su fuerza. Cuando vienen a buscar a la seño para cenar están solo abrazitos y cosas. Bien dice la seño que ya la tienen cansada de tanta babosada..."

"Y deplano ni me miraron. Yo ahí me quedé quietita, ni me moví. La mano me dolió porque estaba yo limpiando la ventana, pero del susto di´una vez me dejaron quieta.  Jo! Bien que se vio. La seño se subió de un brinco a su carrote. Ella siempre tan chula que se mira, aunque los ojos los tiene perdidos y no mucho habla, solo si le dice al marido."

"Atrás venía el don.  Ni le costo alcanzarla,  con lo chiquitía que es.  Ya ni arrancar su carro pudo. Cuando sonó el primer guamazo me asusté, pensé que había quebrado el vidrio.  A saber qué buscaban los dos adentro del carro, como que la seño le quitó algo al don..."

"¡Toma apurate! ya es hora de la refac de los nenes!".  Mecánicamente la Toma empezó a sacar las galletas y a preparar la leche, mientras en la cabecita las ideas daban vuelta. La imaginación nunca se le había despertado como aquel día.

"¡Uy! y si supiera la seño lo que vi. A saber que cara pondría. Chisme con la seño Chayo deplano.  La carita de la doñita cuando el don le pateó el carro pa´ que le abriera. Ella ni pío dijo, y solo miraba para todos lados, por eso me quedé quieta, para que no me viera."

"Cuando abrió un poquito el vidrio, el don le metió la mano y cabal que le pudo quitar llave. Ja! qué jalón el que le pegó a la pobre, arrastradita me la hizo afuera del carro y la tiró como que fuera trapo.  Llena de polvo se quedó la seño".  La Toma apuró las manos y avisó que la refacción estaba lista.  Movió un trapo, por puro instinto, para limpiar una gota imaginaria que siempre la perseguía después de servir y que a pesar del esfuerzo, la patrona siempre distinguía, pero para la Toma permanecía invisible.

"Si supiera que yo sé, la cara que pusiera la seño. Pobrecita, pena le diera. Vergüenza talvez.  Cuando se levantó del suelo estaba llorando y el don sacó a saber qué del carro, se dió la vuelta y la dejó ahí solitía. Suerte y no venía nadie, nadie vio, solo yo".

La Toma sonreía entonces, y ya no le importaron los gritos ni las órdenes arbitrarias, porque empezó a sentirse un poco unida a la vecina.  El secreto era de ella, nadie más vió, solo ella. Si soltaba ese pequeño testimonio, le regalaba un chisme a la patrona. No, esa historia era propia, de nadie más.  Se guardó para ella los detalles, se enjabonó con ellos en el baño diminuto que usaba, se peinó pensando detenidamente en cada segundo, cada palabra, cada gesto, cada golpe. Sonreía tranquila pensando ese secreto que la hacía diferente a todos los días:. Un poco madre de la vecina, un poco amiga de una extraña que no la notaba, un poco solidaria con su silencio, un poco igual a ella

21 marzo 2011

Cigüeñas no.. (adiós a los mitos)

El nuevo bebé llegó a la casa y por casualidad me encontró de visita inesperada, que no me gusta ser.
El largo sueño durante el viaje y el frío de una casa vacía le provocaron un llanto pequeño, seguro que sería atendido de forma inmediata, lo que me dió la oportunidad de ver a la nueva mamá despojándose de la ropa con un poco de pudor, dispuesta a atender el reclamo.
Por un error involuntario de curiosidad, una de las niñas que me acompañaba gritó al ver las puntadas apenas secas, testigas de la intromisión del bisturí en el vientre materno, lo que me confundió pues no creí que fuera para tanto ver un pezón expuesto.
Al entender que el susto fue causado por la herida, con toda naturalidad les expliqué a las dos chiquitas, una de cinco y otra de ocho años, que era por ahí que habían sacado al bebé, lo que no dejó de causarles asco.
Sintiendo una mirada fría detrás mio, vi a la abuela que se quedó de una pieza, asaltada por la frialdad de mi comentario y la imprudencia de dejar que la cigüeña esta vez se quedara fuera de la historia.
                                    
Caricatura: Tomada de Internet

De princesas y cuentos de hadas

Había una vez, una niña, que de tanto escuchar cuentos de princesas se creyó que la vida era uno.  Dispuesta a ser la heroína, se preparó durante años para atrapar a un príncipe, dispuesto a rescatarla de lo tedioso de una vida sin metas.  Tejió el cuento día con día, le agregó castillos cada vez más grandiosos, bailes interminables, traducciones a cualquier círculo animal que deseara oirla, canciones con voz de soprano con amigdalitis y ridículas aspiraciones por un final feliz. Finalmente y cuando la niña dejó de serlo, apareció un mozo con apariencia relevante que le inspiró aquello del primer beso de amor.

Del beso, el susodicho caballero pasó a las manos, que con o sin permiso, estrujaron cada centímetro de piel cubierta por tela para descubrirla y apoderarse con paso decidido de cualquier sensación que finalmente nunca llegó a importarle más que la satisfacción propia.

La princesa con destellos de asombro en los ojos vírgenes, fue testigo de la imprudencia.  Sobresaltada por que alguien tomara la libertad de ingresar en sus dominios, asumió que aquello debía ser parte de la felicidad eterna que prometía el beso y se quedó inmóvil más con curiosidad que con deseo.

Finalmente el aspirante a príncipe sacudió su apetito en un par de gotas, se alejó cantando y con una sonrisa de triunfo, mientras pensaba en el nuevo trofeo adquirido. La princesa quedó esperando un poco más. Cinco minutos después empezó a vestirse, pensando en el atuendo ideal que la ocasión ahora ameritaba.

Los días se sucedieron uno a otro y el príncipe simplemente no apareció. Innumerables sentimientos se congregaron en aquella limitada mentecita que empezó a especular con hechizos, madrastras, sapos y batallas, hasta que la amargura inundó totalmente la razón y la ira se apoderó de los pensamientos.

Una bruja malvada que agazapada en el interior de aquel corazón blando, había vivido relegada pero latente, empezó a surgir, a cavilar, latiendo cada vez más fuerte el instinto maligno para matar a la autocompasión.

La princesa resistió cuanto pudo, pero la bruja, cada vez más fuerte, terminó de dominar a fuerza de argumentos y razones, que en la mente de la princesa habían sido inexistentes.

Este nuevo ser carecía de canciones, existía únicamente para sí. ¿Los quehaceres y el bordado? para eso estaba la magia y el sentido le indicaba a la bruja que lo innecesario se obviaba.

La bruja, como antídoto para sobrevivir, empezó a atrapar príncipes. 
Con un brebaje escandaloso lograba presumir la forma de princesa y mantenerse en su sentido.  Cuando el caballero elegido creía tener una presa, la bruja aparecía y lo cogía por sorpresa. Era ella la que aceleradamente deslizaba sus manos por rincones prohibidos y bailaba a su gusto, arañando espaldas y sosteniendo sus impúdicos secretos sobre una cabalgadura siempre dispuesta, violenta, egoísta y finalmente feliz. Las sonrisas alteradas de los caballeros no sabían si reflejar gusto o pena por haber sido tomados a voluntad.

La bruja asaltó durante muchos años las virtudes ajenas, hasta que un día hastiada de darse gusto partió con la luna llena.  Nadie sabe a donde fue, pero muchos esperan su regreso.


16 marzo 2011

Ella

Cuando la conocí, me resultó tan parecida a mi en los aspectos escenciales de la vida y tan distinta a la vez.
Fue una mujer completa, pero llena de dolor. Quizá le pasó que sintió demasiado siempre. Vivió el inicio de su vida acomplejada por la iglesia, su familia y el qué dirán, hasta que treinta y pico años después de que le espantaran el mal en la pila de bautismo, decidió sacudirse prejuicios y temores para empezar a vivir.

Siempre se sintió relegada, incluso llegó a confesarme que preferiría haber nacido hombre, las cosas le serían más fáciles, decía, el único inconveniente sería la molestia de un poco de piel extra debajo del vientre y su convicción de declararse gay lo antes posible.

Se casó joven, o más bien la casaron, su familia, la sociedad, la familia del novio, el remordimiento de vivir en pecado y un montón de monstruos más que le provocaron el gusto por un largo vestido blanco de tafetán con encaje que le ceñía la estrecha cintura y que nunca más volvería a usar.

El esposo guardó silencio el primer año, mientras se acostumbraban a vivir juntos. Igual que ella, era joven e inexperto, pero se había mantenido a salvo de muchos prejuicios machistas que ya le caerían encima. La fidelidad existió los primeros catorce meses y se perdió después del primer trabajo formal de él, porque era imposible no notar a la compañera que estaba todo el día a su lado y rogaba (según él) por un día de placer sin compromisos.

Ella aprendió a soportar estóica por dos segundos y después se soltó a gritos, pataleta y puñetazos. Él era más fuerte y no le fue difícil contener su ira con un solo empujón.

La danza de golpes se prolongó hasta el nacimiento del primer hijo, gracias a Dios, varón, decía ella, y reinició cuando cumplió dos años. El hijo la ató a una casa que ella no quería, a unas funciones ejecutivas que se repetían incesantemente una tras otra, sin fin y sin la mínima pizca de trascendencia. Ella se encerró en sí misma y en un amor maternal excesivamente cuidadoso.

Poco tiempo después la conocí en el colegio. Llevaba una venda en el brazo y al preguntarle me respondió amablemente. Pensé en una accidente casero, pero tiempo después me confesó que en realidad ya acostumbraba a lacerarse para detener el llanto y la impotencia que sentía por tener que callar y conformarse con una vida que no le gustaba y un amor que ya no quería.

La mujercita tímida que conocí entonces, ya no existe. Voló, se fue junto con la inconformidad. No sé que tanto influí yo en eso, talvez le dio valor saber que tenía a alguien que la escuchaba sin huir, como su mamá que cada vez que auguraba un problema le rogaba a Santa Catalina que lo solucionara porque no quería cargar con la responsabilidad de una hija divorciada con todo y nieto incluido.

Ella se fue, yo espero que esté bien porque a mi me hace falta verla, aunque casi salto de gusto cuando me enteré que empezó a vivir la vida a su propio gusto. Aquí todo le quedaba apretado, como aquél viejo vestido blanco. Lloraba conmigo de impotencia por no tener a dónde ir, por sentirse desamparada a pesar de la inteligencia tan rotunda que posee. Se llevó al hijo y me contó que viajaría, aunque fuera de mochilera, que se iba para hacer una vida propia lejos de los convencionalismos, lejos del amor conformista y de la vida de mujer en la que la habían encasillado. Yo espero que esté bien, aunque ahora a mí me hace falta con quien hablar.

Publicado en El Caleidoscopio

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