La Toma repasaba cada uno de los segundos del día más importante desde que llegó a trabajar a esa colonia. Nunca había sido relevante, ni para ella, ni ella para los demás.
La Toma vivía mentalmente en La Barranca, la aldea que dejó tres meses atrás cuando su papá decidió que era mejor que se la llevara don Esteban a trabajar, a falta de fondos que alimentaran esa boca con apariencia siempre asustada.
La Toma no dijo nada, asintió. Era lo único que había aprendido a hacer para evitarse los golpes con el palo de membrillo.
Llegó a la Colonia con un corte sencillo y la blusa desteñida, un par de zapatitos plásticos cubiertos de lodo, que vestían los pequeños pies como botas interminables de piel y suciedad. El pelo enredado que se escapaba al nudo que lo atrapaba, no dejaba ver el par de ojitos curiosos, expectantes, que aunque en sonidos no lo tradujera, observaba a detalle todo lo que le rodeaba.
Don Esteban había contratado a la Toma, como le llamaron desde entonces a Tomasa, para trabajar con su nuera, en una colonia medio nueva, medio barata, medio sola y medio desconocida. La Toma viajó cinco horas en bus, por ladera y terracería y finalmente llegó a la ciudad, sucia, cansada y expectante. Al entrar en la casa, inició la vorágine de órdenes: ahora lavá este trasto. No, con la esponjita. No, ese es el jabón de la ropa. No Toma, ay! esta Toma.
Pero hoy había sido diferente. La Toma se sentía importante y aunque agarraba la escoba como todos los días, se creía dueña de un tesoro importante, algo que era suyo, que le pertenecía, que la patrona no podía quitarle cuando escarbaba entre sus cosas, era un secreto.
"¡Uy! la seño... quien dijera? Quien se la mira tan chula y agarradita del señorón. El don bien que se tiene guardadita su fuerza. Cuando vienen a buscar a la seño para cenar están solo abrazitos y cosas. Bien dice la seño que ya la tienen cansada de tanta babosada..."
"Y deplano ni me miraron. Yo ahí me quedé quietita, ni me moví. La mano me dolió porque estaba yo limpiando la ventana, pero del susto di´una vez me dejaron quieta. Jo! Bien que se vio. La seño se subió de un brinco a su carrote. Ella siempre tan chula que se mira, aunque los ojos los tiene perdidos y no mucho habla, solo si le dice al marido."
"Atrás venía el don. Ni le costo alcanzarla, con lo chiquitía que es. Ya ni arrancar su carro pudo. Cuando sonó el primer guamazo me asusté, pensé que había quebrado el vidrio. A saber qué buscaban los dos adentro del carro, como que la seño le quitó algo al don..."
"¡Toma apurate! ya es hora de la refac de los nenes!". Mecánicamente la Toma empezó a sacar las galletas y a preparar la leche, mientras en la cabecita las ideas daban vuelta. La imaginación nunca se le había despertado como aquel día.
"¡Uy! y si supiera la seño lo que vi. A saber que cara pondría. Chisme con la seño Chayo deplano. La carita de la doñita cuando el don le pateó el carro pa´ que le abriera. Ella ni pío dijo, y solo miraba para todos lados, por eso me quedé quieta, para que no me viera."
"Cuando abrió un poquito el vidrio, el don le metió la mano y cabal que le pudo quitar llave. Ja! qué jalón el que le pegó a la pobre, arrastradita me la hizo afuera del carro y la tiró como que fuera trapo. Llena de polvo se quedó la seño". La Toma apuró las manos y avisó que la refacción estaba lista. Movió un trapo, por puro instinto, para limpiar una gota imaginaria que siempre la perseguía después de servir y que a pesar del esfuerzo, la patrona siempre distinguía, pero para la Toma permanecía invisible.
"Si supiera que yo sé, la cara que pusiera la seño. Pobrecita, pena le diera. Vergüenza talvez. Cuando se levantó del suelo estaba llorando y el don sacó a saber qué del carro, se dió la vuelta y la dejó ahí solitía. Suerte y no venía nadie, nadie vio, solo yo".
La Toma sonreía entonces, y ya no le importaron los gritos ni las órdenes arbitrarias, porque empezó a sentirse un poco unida a la vecina. El secreto era de ella, nadie más vió, solo ella. Si soltaba ese pequeño testimonio, le regalaba un chisme a la patrona. No, esa historia era propia, de nadie más. Se guardó para ella los detalles, se enjabonó con ellos en el baño diminuto que usaba, se peinó pensando detenidamente en cada segundo, cada palabra, cada gesto, cada golpe. Sonreía tranquila pensando ese secreto que la hacía diferente a todos los días:. Un poco madre de la vecina, un poco amiga de una extraña que no la notaba, un poco solidaria con su silencio, un poco igual a ella
La Toma vivía mentalmente en La Barranca, la aldea que dejó tres meses atrás cuando su papá decidió que era mejor que se la llevara don Esteban a trabajar, a falta de fondos que alimentaran esa boca con apariencia siempre asustada.
La Toma no dijo nada, asintió. Era lo único que había aprendido a hacer para evitarse los golpes con el palo de membrillo.
Llegó a la Colonia con un corte sencillo y la blusa desteñida, un par de zapatitos plásticos cubiertos de lodo, que vestían los pequeños pies como botas interminables de piel y suciedad. El pelo enredado que se escapaba al nudo que lo atrapaba, no dejaba ver el par de ojitos curiosos, expectantes, que aunque en sonidos no lo tradujera, observaba a detalle todo lo que le rodeaba.
Don Esteban había contratado a la Toma, como le llamaron desde entonces a Tomasa, para trabajar con su nuera, en una colonia medio nueva, medio barata, medio sola y medio desconocida. La Toma viajó cinco horas en bus, por ladera y terracería y finalmente llegó a la ciudad, sucia, cansada y expectante. Al entrar en la casa, inició la vorágine de órdenes: ahora lavá este trasto. No, con la esponjita. No, ese es el jabón de la ropa. No Toma, ay! esta Toma.
Pero hoy había sido diferente. La Toma se sentía importante y aunque agarraba la escoba como todos los días, se creía dueña de un tesoro importante, algo que era suyo, que le pertenecía, que la patrona no podía quitarle cuando escarbaba entre sus cosas, era un secreto.
"¡Uy! la seño... quien dijera? Quien se la mira tan chula y agarradita del señorón. El don bien que se tiene guardadita su fuerza. Cuando vienen a buscar a la seño para cenar están solo abrazitos y cosas. Bien dice la seño que ya la tienen cansada de tanta babosada..."
"Y deplano ni me miraron. Yo ahí me quedé quietita, ni me moví. La mano me dolió porque estaba yo limpiando la ventana, pero del susto di´una vez me dejaron quieta. Jo! Bien que se vio. La seño se subió de un brinco a su carrote. Ella siempre tan chula que se mira, aunque los ojos los tiene perdidos y no mucho habla, solo si le dice al marido."
"Atrás venía el don. Ni le costo alcanzarla, con lo chiquitía que es. Ya ni arrancar su carro pudo. Cuando sonó el primer guamazo me asusté, pensé que había quebrado el vidrio. A saber qué buscaban los dos adentro del carro, como que la seño le quitó algo al don..."
"¡Toma apurate! ya es hora de la refac de los nenes!". Mecánicamente la Toma empezó a sacar las galletas y a preparar la leche, mientras en la cabecita las ideas daban vuelta. La imaginación nunca se le había despertado como aquel día.
"¡Uy! y si supiera la seño lo que vi. A saber que cara pondría. Chisme con la seño Chayo deplano. La carita de la doñita cuando el don le pateó el carro pa´ que le abriera. Ella ni pío dijo, y solo miraba para todos lados, por eso me quedé quieta, para que no me viera."
"Cuando abrió un poquito el vidrio, el don le metió la mano y cabal que le pudo quitar llave. Ja! qué jalón el que le pegó a la pobre, arrastradita me la hizo afuera del carro y la tiró como que fuera trapo. Llena de polvo se quedó la seño". La Toma apuró las manos y avisó que la refacción estaba lista. Movió un trapo, por puro instinto, para limpiar una gota imaginaria que siempre la perseguía después de servir y que a pesar del esfuerzo, la patrona siempre distinguía, pero para la Toma permanecía invisible.
"Si supiera que yo sé, la cara que pusiera la seño. Pobrecita, pena le diera. Vergüenza talvez. Cuando se levantó del suelo estaba llorando y el don sacó a saber qué del carro, se dió la vuelta y la dejó ahí solitía. Suerte y no venía nadie, nadie vio, solo yo".
La Toma sonreía entonces, y ya no le importaron los gritos ni las órdenes arbitrarias, porque empezó a sentirse un poco unida a la vecina. El secreto era de ella, nadie más vió, solo ella. Si soltaba ese pequeño testimonio, le regalaba un chisme a la patrona. No, esa historia era propia, de nadie más. Se guardó para ella los detalles, se enjabonó con ellos en el baño diminuto que usaba, se peinó pensando detenidamente en cada segundo, cada palabra, cada gesto, cada golpe. Sonreía tranquila pensando ese secreto que la hacía diferente a todos los días:. Un poco madre de la vecina, un poco amiga de una extraña que no la notaba, un poco solidaria con su silencio, un poco igual a ella