21 marzo 2011

De princesas y cuentos de hadas

Había una vez, una niña, que de tanto escuchar cuentos de princesas se creyó que la vida era uno.  Dispuesta a ser la heroína, se preparó durante años para atrapar a un príncipe, dispuesto a rescatarla de lo tedioso de una vida sin metas.  Tejió el cuento día con día, le agregó castillos cada vez más grandiosos, bailes interminables, traducciones a cualquier círculo animal que deseara oirla, canciones con voz de soprano con amigdalitis y ridículas aspiraciones por un final feliz. Finalmente y cuando la niña dejó de serlo, apareció un mozo con apariencia relevante que le inspiró aquello del primer beso de amor.

Del beso, el susodicho caballero pasó a las manos, que con o sin permiso, estrujaron cada centímetro de piel cubierta por tela para descubrirla y apoderarse con paso decidido de cualquier sensación que finalmente nunca llegó a importarle más que la satisfacción propia.

La princesa con destellos de asombro en los ojos vírgenes, fue testigo de la imprudencia.  Sobresaltada por que alguien tomara la libertad de ingresar en sus dominios, asumió que aquello debía ser parte de la felicidad eterna que prometía el beso y se quedó inmóvil más con curiosidad que con deseo.

Finalmente el aspirante a príncipe sacudió su apetito en un par de gotas, se alejó cantando y con una sonrisa de triunfo, mientras pensaba en el nuevo trofeo adquirido. La princesa quedó esperando un poco más. Cinco minutos después empezó a vestirse, pensando en el atuendo ideal que la ocasión ahora ameritaba.

Los días se sucedieron uno a otro y el príncipe simplemente no apareció. Innumerables sentimientos se congregaron en aquella limitada mentecita que empezó a especular con hechizos, madrastras, sapos y batallas, hasta que la amargura inundó totalmente la razón y la ira se apoderó de los pensamientos.

Una bruja malvada que agazapada en el interior de aquel corazón blando, había vivido relegada pero latente, empezó a surgir, a cavilar, latiendo cada vez más fuerte el instinto maligno para matar a la autocompasión.

La princesa resistió cuanto pudo, pero la bruja, cada vez más fuerte, terminó de dominar a fuerza de argumentos y razones, que en la mente de la princesa habían sido inexistentes.

Este nuevo ser carecía de canciones, existía únicamente para sí. ¿Los quehaceres y el bordado? para eso estaba la magia y el sentido le indicaba a la bruja que lo innecesario se obviaba.

La bruja, como antídoto para sobrevivir, empezó a atrapar príncipes. 
Con un brebaje escandaloso lograba presumir la forma de princesa y mantenerse en su sentido.  Cuando el caballero elegido creía tener una presa, la bruja aparecía y lo cogía por sorpresa. Era ella la que aceleradamente deslizaba sus manos por rincones prohibidos y bailaba a su gusto, arañando espaldas y sosteniendo sus impúdicos secretos sobre una cabalgadura siempre dispuesta, violenta, egoísta y finalmente feliz. Las sonrisas alteradas de los caballeros no sabían si reflejar gusto o pena por haber sido tomados a voluntad.

La bruja asaltó durante muchos años las virtudes ajenas, hasta que un día hastiada de darse gusto partió con la luna llena.  Nadie sabe a donde fue, pero muchos esperan su regreso.


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