09 abril 2012

"Las cuatro y media, quédate a dormir
está lloviendo, dónde vas a ir,
si ya no queda un sitio abierto en esta ciudad.
Anda, sécate el pelo, que te vas a enfriar.
Ya sé que no me amas, ni yo a ti,
para qué me lo vas a repetir.
Las palabras no son más,
que un oscuro antifaz 
una manera de disimular tu ansiedad.
Deja el abrigo y ven,
hay sitio para los dos
y nada va a pasar
que no queramos tú y yo.
Las cuatro y media, no me asusta
contigo la estrategia habitual,
qué importa que nos acabemos de conocer,
así podrá el azar jugar también su papel.
Porque mi té termina el café,
no hay ninguna muesca en la pared
si quieres irte ahora, bajo a abrirte el portal,
perdí ya tantas noches,
qué más da una más..." Quédate a dormir, Joaquín Sabina

El miedo es desnudarse y no encontrar promesas.

Haz una historia. Brinda a la salud del amor o lo que sea. 
Busca un soundtrack, pop, rock, da lo mismo. 
Vìste, desviste, acuerda los términos para evitar un fin. 
No preguntes, 
cree en el destino que te manda una idea original 
y escribe respetando el cánon. 
Hazte una amistad, envuélvela con lujuria suficiente para un viaje largo,
 dale libertad e inicia el safari.
Niégate y permite al amor su ideal de bien común, él lo merece.
Habla, calla, ríe y llora, siempre habrá una razón (encontrarla era la tuya).


08 abril 2012

Amor frutal

Me siento un poco engañada por Sabina, por la manzana que no quise y terminé cambiando por pera o alguna otra fruta que no consigo evocar. 

Al final del día, lo que quedan son cuentos, comerciales macabros de vidas pensadas. Personas que se niegan a ser parte del teatro y que en el fondo lloran el papel que no obtuvieron. Solos tristes y tristes solos. Marionetas que se cortan una a otra, que buscan encontrar un nervio o tan solo romper la estriada superficie de la normalidad, para sentir. Disfraces de felicidad que se mueven a ritmo de merengue y se abrazan con el pretexto del amor. 

La soledad es natural y nadie se atreve a confirmarlo.

00:37

Duerme. Un sonido burdo y esa dificultad para absorber aire. Gira los brazos, los agita en busca de oxígeno, rueda sobre un costado y encuentra un poco de paz. 00:37. Una mano roza mi antebrazo y se asegura de que sigo al lado. Treinta segundos después, una voz suave reclama compañía para encarar la oscuridad. Mi cuerpo responde, sin razonar. Mi cintura es suficiente para acomodar el pequeño cuerpo, mis brazos equilibran nuestro peso y caminamos, abrazadas como siempre.

04 abril 2012

Soledad.
El tema sin día. Su constancia. Las discusiones en la acera de mi casa. Sergio, mientras le planteaba mi idea de los dos tipos, la deseada y la inminente. Un vehículo furioso cruzaba por delante, dejándonos mudos. No comprendimos lo simbólico de ese accidente, estrepitoso, a menos de un metro de nuestros cuerpos.

Soledad.
Hablamos con vos del tema, cuando empezamos a conocernos (esa tarea que nunca termina), mientras tu amigo se reía de nosotros y de nuestras discusiones, porque no entendía  la vida tan complicada, cuando la vida era así y se sobrevivía. No alcanzaba a entender lo que nos preguntábamos. Para él, nos perdíamos en argumentos absurdos en vez de poner las manos a trabajar.

Soledad.
Campesinos trabajando desde la madrugada. Mujeres condicionadas a una vida simple y dura. Niños sucios que juegan después de las 3, cuando se reciben y cuentan los granos, cuando anotan números en una tarjeta lisa. Un plástico que recubre esa tarjeta, lo más limpio que guardan esos cuerpos tristes.

Soledad.
Vos y yo sentados afuera de una iglesia, previos a un requisito. Curiosos. Incrédulos. Con ganas de darnos por vencidos y mandar todo al carajo.

Soledad.
Pequeños diamantes esparcidos en el piso. El espejo que no existe más.

Soledad.
El tipo que ríe porque no está. Ríe porque ve desde fuera el odio que sembró dentro. Ríe porque se cree víctima. Ríe porque nunca se ha conocido.

Soledad.
Esa pregunta constante sobre el hijo único que ya va teniendo caducidad. Cuando mi edad ya no les permita cuestionarme, cuando me compadezcan porque ya no puedo ser madre.

Soledad.
Una duda que se te complica. Las personas que se reducen a sus misterios propios, a sus temores y a sus propias soledades. Que ven el miedo, que lo sondean, que juegan a la rayuela con el mal y se devuelven sin brillo en los ojos, que son niños otra vez. Niños que no perdonan.

Soledad.
Una reunión de familias. Vos hablando con ellos de fútbol y política. Yo en la cocina con ellas, preguntando una receta y tratando de interesarme en el pan con ajo y mantequilla. Una mesa aislada o una mesa que no se comparte. Los sartenes que nunca fueron mi tema. Mi silla vacía, después.

Soledad.
Un escondite detrás de la cama. Voces llamando, tu silencio sonriendo. Un libro y tus manzanas de siempre.

Soledad.
Páginas llenas. Letras sin nombre. Líneas que nunca encontraron el quién.

Soledad.
Esa sonrisa quieta. El navegante ausente. El mar que era un río, que era una gota derramada.

Soledad.
Y amor. El ser sin ser de nadie. La búsqueda constante de esa combinación precisa. El alcohol diluido en medida justa.


Soledad.
El aire que no es ni siquiera viento. Los ruidos en el techo. La certeza del nadie presente. El tiempo que no es y el lugar que no existe.




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