La tarea primera es desarmar al amor. Romperle los ideales y las presunciones. Entender que a veces es cariño y otras, se confunde con deseo. Ahorcarlo con fuerza, asfixiarlo con un triángulo mortal intenso, sin piedad, a golpe de martillo para confundirlo.
Y ahí, en el suelo, donde quede, tirado, sangriento, lastimado, moribundo, detenerse a verlo con sarcasmo, con una sonrisa de triunfo, como si tuvieras un nuevo récord en el Nintendo. Quedarte firme y ante todo, ante esa mancha oscura de compasión o de ternura que te nace en el pecho y que te inunda y te golpea como comic japonés, ahí, sostenerte firme, tenderle la mano y decirle sin más, adiós para siempre y nunca jamás.

Y entonces salir otra vez al encuentro de nunca jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario