10 diciembre 2012

Réquiem por una ducha

Hace frío. Una nube se posa en el suelo y me abraza con dientes filosos que se hunden, poco delicados, arrogantes, sobre mi piel.

Silencio. Puedo gritar y nadie escucha. Todos duermen y los despiertos se ocupan de acelerar el tiempo, jugando a engañar la constancia de la luz, que no se levanta aún.

Y vos, con tu actitud severa, queriendo suplantar al karma para hacerme pagar qué se yo cuántos errores. Ahí, estática. Indiferente a mis manos que se enrollan en tus espirales, abriendo, cerrando, intentando.

No decís nada, no cambiás un ápice tu actitud. Te ensañaste en tu brevedad, en un no rotundo, y no concedés siquiera la duda de entibiarte el alma de hierro. Ese corazón tuyo, tan plástico y con sabor a pvc, me deja suspirando, me hace tentar la fé e intentarlo siempre una vez más.

Me prometo olvidar y buscar algo más, dejar de rogarte todos los días, todos los minutos de cada puta mañana para que te calentés y me permitás el lujo del agua caliente constante en la espalda, pero no querés, condenada ducha impotente e incapaz.

Lo tuyo es el agua fría.

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