
A vos que te escondías detrás de la cama comiendo manzanas, leyendo libros, escribiendo cartas.
A vos que te inventabas un mundo en cuatro paredes porque no aprendiste a vivir fuera, porque el mundo se te redujo a lo que te dijeron que debía ser.
A vos, que salías volando por la ventana cuando la tristeza era demasiada, cuando las letras se te acumulaban y se enredaban torpes, corriendo por salir.
A vos que te imaginabas ruda fumando a los doce, mientras tus compañeros del colegio miraban cómo tragabas humo sin toser.
A vos que te prendiste un gesto de gravedad en medio de los ojos, uno que parecía serio, profundo y que desarmaba, que te protegía de todos y de uno.
A vos que aprendiste a ser buena, a hacer las cosas bien, a cuidarte y a tener miedo de vos misma.
A vos te escribo, nombre que nunca fue propio, cuerpo que nunca te perteneció, alma que temías y temores que te sobreviven. ¿Estás lista?
¿Escuchás ya con tus propios oídos, no solo lo que querés oír, sino el ruido, el propio eco que te nace en los demás y tu silencio?
¿Soltás tus palabras, libre ya o las atás de un cordel, fingiendo vuelo? ¿Como un barrilete divertido, pero esclavo permanente en tierra?
¿Poseés tu cuerpo, lo disfrutás, lo recorrés, lo aspirás, te pertenecés sin miedo y sin límites, sabiéndote tuya?
¿Saltás aún en los charcos?
¿Caminás bajo la lluvia, cerrando los ojos y tragándote las gotas que te mojan el rostro?
¿Sos dueña de tus pasos o seguís solo el camino que te marcan?
¿Dirigís tu rumbo, sos dueña de tus incertidumbres?
Nena de colita de caballo, camisa de franela y botas atadas, ¿seguís ahí?
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