31 octubre 2012

Agua mineral

Los miércoles no había clientela en el bar.  La barra permanecía solitaria, excepto por el fulano que llegó en octubre, con su cargamento de sueños rotos y la lluvia detrás, con un par de historias fortuitas pero ninguna duradera, con un amor imposible como único cabo al que se ataba la vida y una extraña caja metálica bajo el brazo.

Una cadena larga, fina pero sólida, unía la caja a una especie de grillete en espiral que ceñía su brazo derecho y se escondía bajo la manga. 

Detrás de la corbata y el traje de marca, mantenía una lucha constante entre el deseo de invisibilizarse y el de no pasar desapercibido. Una más de las contradicciones que arrastraba. 
Tenía la risa pronta y una clara disposición a analizarlo todo, a presentar razones para desanimarse cualquier ilusión. No siempre lo lograba, pero le alcanzaba para creerlo.

La primera vez no me sorprendió el agua que se presentaba tras él. Luego de un mes de lluvias casuales fuera de temporada, empecé a suponer que era él quien las traía, pero no importó y el parecía no notarlo. Llegaba y pedía agua mineral, quejándose siempre del humo de mi cigarro.  Se sentía cómodo narrando historias en las que era el protagonista y reía fuerte. Las horas se extendían entonces. El hablaba y yo escuchaba, mientras la noche se acumulaba fuera.

A veces se quedaba en silencio.  Cerraba los ojos luego de un trago largo y se acariciaba con las yemas de los dedos, la parte superior de la nariz.  Era un gesto lento, estudiado, metódico.  Se hundía en recuerdos, sonreía y volvía inmune a las anécdotas.

Un miércoles cualquiera, cuando octubre quedó lejos, me atreví a preguntar por la caja.  Él estaba abandonado en el gesto, las manos bajo los lentes y la caricia en la nariz.  Se detuvo de golpe. Su rostro se tensó por un momento.  Abrió los ojos y pude notar una mirada opaca (y por más que lo intento, no logro recordar el color de esos ojos).

Arremangó su camisa y me mostró la espiral.  Vi la piel rojiza, irritada por el roce y la cadena.
Tomó la caja y abrió un pequeño seguro que tenía al frente.  Dentro había otra caja, más pequeña, más delicada, siempre metálica.

Abrió la segunda caja y apareció una tercera, también metálica, grabada con figuras pequeñas que simulaban raíces.  Bajo la caja un pequeño lienzo con trazas oscuras de sangre seca.

-¿Qué hay dentro? -pregunté, con miedo a no encontrar respuesta.

Me vio nuevamente a los ojos (o quizá no había dejado de hacerlo).  Abrió la camisa, despacio, enroscando los dedos largos en cada botón, girándolos, descubriéndose.

El pecho estaba cubierto de vello oscuro y en el centro, levemente inclinada al lado izquierdo, la piel se abría en una grieta amorfa, que se extendía por el músculo. Los huesos atravesados como barrotes y un juego de arterias conectadas entre sí, como cables, enredadas, palpitantes.

No tenía corazón.
No sé si estaba en la caja.


Archivo

Cuando la tristeza me inunda, empiezo un ciclo corto en el que ordeno, desordeno, sacudo y muevo todo, en un ejercicio involuntario de barrer la depresión.

Gavetas.
Mi vida cabe en pocas gavetas y se dibuja consciente en documentos contables: el regalo que te compré en el 2010 y que no resultó ser lo que esperabas, aunque me dejó con una deuda bastante perceptible en la tarjeta de crédito.  La gasolina de ese viaje inesperado a un destino que no vale la pena mencionar.  Un sandwich y una crepa compartida en ese lugar en el que intentamos volver nuestra historia una amistad y creernos el cuento de poder hacerlo, obviando que nuestras dos soledades se atraen como imán. Cuentas inmensas de ferretería, cuando intenté probarme que puedo, que soy capaz de construirme una vida propia y rodearla de seguridad, hacerla estable y no necesitar a nadie.

Y al final, el caleidoscopio. Ese cilindro brillante que se multiplica por dentro, hasta el infinito, para recordarme que todo cambia, que se mueve, que se renueva... o que sigue igual, con tanta rapidez que no soy capaz de percibirlo.

26 octubre 2012

Gota

Vuelvo a encontrarme de pie, ante un fin de semana.  Empieza hoy, viernes.  Y estoy sola.
Me has dicho mil veces que no lo estoy y las mismas veces he respondido lo contrario.  Sola. Bonita palabra. Sola.

Puedo mezclarme en la multitud, puedo buscar un bar y conocer gente, puedo hundirme en el ruido de los demás para disimular mi soledad, puedo buscar compañía y encontrarla en un cigarro a medias, en el humo que se hunde en mis pulmones, en un vaso compartido, en los ojos de otro, de otros, de nadie, pero he decidido rendirme a la imperfección y quedarme sola.

Únicamente, nada más, sin otra cosa, dice el diccionario.  Sin nadie más, digo yo.
Sin nadie más que lo ampare, dice su definición. Sin necesitar compañía, digo yo.

Y pienso en lo complicado que se vuelve el tiempo cuando uno se piensa en perspectiva, desde ojos ajenos. En cuánto nos ajustamos a los deseos del otro, a su tiempo, a sus manías, con tal de satisfacer nuestro propio deseo de ser otra cosa diferente al desierto, y en cuán atractivo se me hace lo despoblado, lo seco, lo árido.

Sola.  En femenino, como parte de un todo musical que no necesita más nada. Una composición. Una voz, un instrumento que no requiere a ningún otro. Sola.

Un desierto que se extiende, infinito, como la carretera, como el viento que sopla en mi cara cuando dejo el vidrio abierto y piso el acelerador a fondo sin pensar en ningún destino.

Una gota de agua que no busca la inmensidad del mar, que se mueve constante del cielo al suelo, que se incendia, que se evapora, que llueve y que vuelve a ser gota en movimiento, que a veces se confunde con el éter y se funde en su propia estructura molecular para volver a ser gota, gota, gota, gota, gota.
Una sola gota,
una gota sola.
Sola.

23 octubre 2012




Las historias siempre nos alcanzan, de diferente forma.
Algunas persisten paralelas. Otras se niegan a ser perpendiculares.
Todas transitan.
Duelen las que se quedan demasiado.

Foto desde Tumblr.
El texto lo posteé el 5/6/12 en mi blog de Tumblr: lamimesisdelilitwee.tumblr.com 

Elipse



Pretendo creer que nuestro "yo", el individual y el colectivo, es también elíptico.  El épsilon vendría a ser la suma de nuestro imaginario y de aquello que la luz dibuja como "real".


Asisto entonces a la muerte de la espiral y al nacimiento de una forma enorme, que aunque no es perfecta, coincide con el origen y el fin, que a su vez se invierte y se reinventa a sí misma: el fin como inicio. Una constante matemática, una ecuación, que busca resolverse a sí misma, nadando entre el éter, jugando, saltando, la energía se impacta contra sí, intentando salir intacta.


Foto tomada de Tumblr

19 octubre 2012

Motivo

Detrás de la angustia,
del estrépito del dolor 
que se escapa a bocanadas,
del mar que se carcome las pupilas
de las manos huérfanas de consuelo
de la voz sin eco,
quisiera encontrar mis heridas, mi sangre,
mi propio escombro palpitante,
para probar mi credulidad en las historias fantásticas
para pensar que Hollywood no es una mera fábrica de historias repetitivas
y que todo esto tiene un propósito, un destino
un ideal que se marca en el cénit
lejos, lejos
y que vale la pena alzarme de puntillas
para intentar tocarlo.
Pero no encuentro el motivo.


07 octubre 2012

Déjà vu

Jamais vu o Presque vu.  Cualquiera de las ideas se asocia con tu idea.  Es la presencia, la tibieza de las piernas, el contorno de los muslos adheridos en perfecta sincronía. La rareza de encontrar algo que no existe, o que no existió en tiempo lineal. Y las ganas de desdoblar un lapso.

Robarle la idea a Michelson y Morley y sentarme en el gris, bajo el sol o bajo la luna (esta última es más poética y podría ayudar con la causalidad).  Acariciar lentamente los espejos, intentando sobornarles el reflejo, antes de lanzar los haces de luz, hasta que corran y esperar infinitamente una curva, que sustituya esa idea racional de la línea recta en un ciclo, en un período, en la existencia.

Si todo resultara correcto, entendería la influencia pura de la gravedad y lo aceptaría agradecida con la física y con la racionalidad que permite las excepciones incluso en la lógica de Cronos o Heimdal.

Y si no funciona, queda aferrarme a Dunne, con su eterna percepción del tiempo en presente, con la orgía del pasado, el ahora y el futuro en una sola fase: la que sucede.   Y aunque entonces, la idea de la eternidad crecería demasiado para ser soportable, podría suponer que somos una partícula soluble con el todo, que se encuentra en el punto perfecto de la coincidencia.

Luego,  puedo refugiarme en Jung.  Porque la sincronicidad nos combina muy bien y el tiempo se vuelve ya una sola variable y deja de pesar.

Y así, puedo encontrar razones lógicas para hacerte entender que el tiempo lo podemos doblar y desdoblar, cosernos coincidencias con hilos imperceptibles, calzarnos un ideal imposible, hundirnos en un nosotros que tememos pronunciar, porque el miedo es más grande, porque lo cierto se interpone, porque no podemos caminar descalzos sin miedo a tropezar. Pero de nada sirve porque este tiempo ya se fue, porque no arriesgamos teorías, porque quisimos guardarnos bien el sueño, debajo de la almohada, seguro, a salvo, en un cajón, debajo de la piel y apagarlo, por fin.


¿Te apuntás?

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Si pudiera dejar de escribir, seguramente lo haría. Mis otros blogs: lilianavillatoro.wordpress.com oracogeecocaro.blogspot.com eldecalogodelciempies.blogspot.com