Jamais vu o Presque vu. Cualquiera de las ideas se asocia con tu idea. Es la presencia, la tibieza de las piernas, el contorno de los muslos adheridos en perfecta sincronía. La rareza de encontrar algo que no existe, o que no existió en tiempo lineal. Y las ganas de desdoblar un lapso.
Robarle la idea a Michelson y Morley y sentarme en el gris, bajo el sol o bajo la luna (esta última es más poética y podría ayudar con la causalidad). Acariciar lentamente los espejos, intentando sobornarles el reflejo, antes de lanzar los haces de luz, hasta que corran y esperar infinitamente una curva, que sustituya esa idea racional de la línea recta en un ciclo, en un período, en la existencia.
Si todo resultara correcto, entendería la influencia pura de la gravedad y lo aceptaría agradecida con la física y con la racionalidad que permite las excepciones incluso en la lógica de Cronos o Heimdal.
Y si no funciona, queda aferrarme a Dunne, con su eterna percepción del tiempo en presente, con la orgía del pasado, el ahora y el futuro en una sola fase: la que sucede. Y aunque entonces, la idea de la eternidad crecería demasiado para ser soportable, podría suponer que somos una partícula soluble con el todo, que se encuentra en el punto perfecto de la coincidencia.
Luego, puedo refugiarme en Jung. Porque la sincronicidad nos combina muy bien y el tiempo se vuelve ya una sola variable y deja de pesar.
Y así, puedo encontrar razones lógicas para hacerte entender que el tiempo lo podemos doblar y desdoblar, cosernos coincidencias con hilos imperceptibles, calzarnos un ideal imposible, hundirnos en un nosotros que tememos pronunciar, porque el miedo es más grande, porque lo cierto se interpone, porque no podemos caminar descalzos sin miedo a tropezar. Pero de nada sirve porque este tiempo ya se fue, porque no arriesgamos teorías, porque quisimos guardarnos bien el sueño, debajo de la almohada, seguro, a salvo, en un cajón, debajo de la piel y apagarlo, por fin.
Robarle la idea a Michelson y Morley y sentarme en el gris, bajo el sol o bajo la luna (esta última es más poética y podría ayudar con la causalidad). Acariciar lentamente los espejos, intentando sobornarles el reflejo, antes de lanzar los haces de luz, hasta que corran y esperar infinitamente una curva, que sustituya esa idea racional de la línea recta en un ciclo, en un período, en la existencia.
Si todo resultara correcto, entendería la influencia pura de la gravedad y lo aceptaría agradecida con la física y con la racionalidad que permite las excepciones incluso en la lógica de Cronos o Heimdal.
Y si no funciona, queda aferrarme a Dunne, con su eterna percepción del tiempo en presente, con la orgía del pasado, el ahora y el futuro en una sola fase: la que sucede. Y aunque entonces, la idea de la eternidad crecería demasiado para ser soportable, podría suponer que somos una partícula soluble con el todo, que se encuentra en el punto perfecto de la coincidencia.
Luego, puedo refugiarme en Jung. Porque la sincronicidad nos combina muy bien y el tiempo se vuelve ya una sola variable y deja de pesar.
Y así, puedo encontrar razones lógicas para hacerte entender que el tiempo lo podemos doblar y desdoblar, cosernos coincidencias con hilos imperceptibles, calzarnos un ideal imposible, hundirnos en un nosotros que tememos pronunciar, porque el miedo es más grande, porque lo cierto se interpone, porque no podemos caminar descalzos sin miedo a tropezar. Pero de nada sirve porque este tiempo ya se fue, porque no arriesgamos teorías, porque quisimos guardarnos bien el sueño, debajo de la almohada, seguro, a salvo, en un cajón, debajo de la piel y apagarlo, por fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario