Pretendo creer que nuestro "yo", el individual y el colectivo, es también elíptico. El épsilon vendría a ser la suma de nuestro imaginario y de aquello que la luz dibuja como "real".
Asisto entonces a la muerte de
la espiral y al nacimiento de una forma enorme, que aunque no es perfecta,
coincide con el origen y el fin, que a su vez se invierte y se reinventa a sí
misma: el fin como inicio. Una constante matemática, una ecuación, que busca
resolverse a sí misma, nadando entre el éter, jugando, saltando, la energía se
impacta contra sí, intentando salir intacta.
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