31 octubre 2012

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Cuando la tristeza me inunda, empiezo un ciclo corto en el que ordeno, desordeno, sacudo y muevo todo, en un ejercicio involuntario de barrer la depresión.

Gavetas.
Mi vida cabe en pocas gavetas y se dibuja consciente en documentos contables: el regalo que te compré en el 2010 y que no resultó ser lo que esperabas, aunque me dejó con una deuda bastante perceptible en la tarjeta de crédito.  La gasolina de ese viaje inesperado a un destino que no vale la pena mencionar.  Un sandwich y una crepa compartida en ese lugar en el que intentamos volver nuestra historia una amistad y creernos el cuento de poder hacerlo, obviando que nuestras dos soledades se atraen como imán. Cuentas inmensas de ferretería, cuando intenté probarme que puedo, que soy capaz de construirme una vida propia y rodearla de seguridad, hacerla estable y no necesitar a nadie.

Y al final, el caleidoscopio. Ese cilindro brillante que se multiplica por dentro, hasta el infinito, para recordarme que todo cambia, que se mueve, que se renueva... o que sigue igual, con tanta rapidez que no soy capaz de percibirlo.

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