30 marzo 2012

Perderse en el ideal


Los jueves me visita una mujer. Tres niños la siguen, sucios y cabizbajos. Pide trabajo, mientras se instala en la silla de visitas para platicar un momento. Creo que más que dinero, busca ese momento para contarme de sus hijos y por qué no están en la escuela. No tienen casa, trabajo ni alimento. No sé como sobrevive y lo único que se me ocurre es recomendarle que no les compre comida chatarra. No le alcanzará para mucho y a mi no me consuela para nada.

Estudié por varios meses teoría para entender pobreza,  mientras Vicente se esforzaba y yo le cuestionaba con Friedman en mano. El asunto es complejo cuando el sentido no se comparte. Empezás hablando de capital y te perdés en la plata y confundís el asunto de la riqueza creyendo que lo comprendés mejor que nadie como si solo fueran billetes. Hablás de contratos, de seguridad jurídica, pero en la discusión te perdés en el ideal y te quedás frío, sin sentir que aquí la justicia no existe. Entendés que Marx se equivocó y  Engels confundió el discurso, cuando la teoría no ha podido explicar a cabalidad el dolor y pensás entonces que el empresario de éxito y las manos invisibles del mercado son la respuesta correcta. Te armás una realidad que te parece deseable porque la capacidad individual, los costos de oportunidad y las leyes simples de la "libertad" te hacen soñar que todo es más fácil que ser humano.

En algún momento que no entiendo, tal vez cuando advertí que las relaciones de poder me afectan también a mi, empecé a entender a Vicente. No sé cuándo dejé de pensar en riqueza como medida económica y en desarrollo como algo material.  Estamos confundidos y nos confunde un discurso. La razón no se encuentra en la izquierda o en la derecha, en la social-democracia ni en el libre mercado. No encontramos respuestas porque no somos capaces de estructurar la pregunta. Algunos se especializan en debatirlo con argumentos bien armados pero se niegan a comprender que no son argumentos los que se necesitan sino revalidar conceptos. El valor es uno de esos términos que nos dan cercanía y que luego nos dejan con distancias tan abismales.

Intentar hablar de moral como si fuera algo que naturalmente el mercado va a asegurar es más cercano a la magia.  Respiramos a la par de gente que no percibimos, negamos ser parte de la misma medida, la misma esencia. Sufrimos con convencionalismos y nos hacemos cómplices por omisión. Decimos que sí a todo y luego mesuramos con peros, porque el miedo  no nos deja ser libres. Igual que la religión, el tema económico y el social se nos fueron por las ramas.

Turn the page

No puedo ver el vídeo ése de Metallica, sin reaccionar. No por la carga de significados que contiene el discurso visual ni por la conclusión tan desacertada del mismo. Es por la niña de short que me encuentro frecuentemente en la calle del café.

Camina siempre viendo al frente y pocas veces baja la cabeza. Debe tener 16 años a lo sumo, pero me asombra el despliegue de sensualidad que posee y el desafío permanente en sus ojos. Podría ser mi hija.
A veces se cubre la cabeza con una capucha, pero las piernas, largas y delgadas siempre van desnudas, siempre viste con ese pantaloncito corto y sucio, siempre con sandalias.

Temporadas la encuentro caminando cerca de la parada del bus, otras al final de la calle por donde queda mi oficina, esperando que alguien la recoja. La última vez que visité a alguien en el hospital estaba sentada,  devorando con ansiedad una tortilla.
¿Quién es?

Alguien se atrevió a gritarle un "adiós mamita chula", infame como suelen ser y ella, muy propia, le respondió con un "que te vaya bien, papito lindo" que desarmó al idiota. Esa vez quise ser como ella.

Podés verla, pero ella no mira. Andan sus pensamientos no sé en donde y no sé si ella sabe cuando no está drogada. A veces el instinto maternal se me activa y me urge a protegerla, a salvarla de este mundo caótico que permite que esta chiquita ande por la calle vendiendo sexo y que alguien se lo compre así sin más.  Su mirada me descompone y la forma en que endereza el cuerpo cuando va a cruzarse conmigo en la acera me  desarma las intenciones.

Es muy fácil andar por ahí viendo las injusticias del mundo, declarando a todo pulmón lo que no debe ser, pero en esta ocasión la impotencia me gana y me vuelca a la insignificancia de mi humanidad y ya no sé ni para dónde salir corriendo, a pedir que me desaten las manos.


29 marzo 2012

Hora de abordar

Traté de llegar tarde al bus. Tres horas para perderme en mis pensamientos. Buena falta me hace el zen, pero no, pasa como en una mala película en que las coincidencias resultan tan obvias que no son creíbles. El dueño del transporte esta ahí y me conoce. Me sugiere adelantar el viaje.  Espacio suficiente y peligro disminuido por la advertencia de derrumbes. Acepto.

20 minutos sentada en la salita de espera. La última advertencia, entre un pensamiento y otro, y el baño que era obligatorio. No fue mi culpa, el sanitario de mujeres siempre estuvo a la derecha y no me avisaron cuándo cambió. Entro como zombie y aunque advierto un par de miradas detrás mío, ya me acostumbré a esa curiosidad.

Cruzo la puerta y lo encuentro todo casi normal. El baño está más sucio y los olores no son nada digno de contar. Algo que soportás por la pura urgencia fisiológica que antecede a cinco horas de viaje. Ahora que lo pienso, estaba tan distraída que no me percate del mingitorio a mi izquierda.  Si al abrir la puerta hubiera descubierto a alguien de pie, la cara me habría estallado de vergüenza. Pero no fue así.

Concluyo mis asuntos antes de percibir una voz masculina comentando con otra el calor del día. Una respuesta  amable. Escucho en silencio, tratando de entender. Tanta cordialidad y la certeza de una puerta cerrada, me dan tiempo suficiente para subirme los pantalones y cuidar cada movimiento. Río en silencio.

Me enfrío lo suficiente como para que no distingan la vergüenza en mi cara y luego de que el primer tipo sale, me enfrento al segundo por la espalda y lo dejo mudo con una disculpa, mientras me lavo las manos con urgencia.

Salgo y me aferro a la pieza de papel con que seco mis manos.

3:30. Es hora de abordar.

26 marzo 2012

Aquí

Hoy escuché a un tipo narrando violencia. Lloraba. Intentó calmarse y respirar. Le ganó la historia.  Era él, joven, parado frente a un destacamento militar, salvándose por saber español y sintiéndose impotente mientras los campesinos que le acompañaban morían delante del fusil.

Nací tarde y recuerdo poco. Una pinta en la pared y a mi madre prohibiendo leerla. Un puesto militar y yo fingiendo dormir. Era pequeña, no sufrí. El silencio era natural y se quedó instalado. No ver, no leer, no comentar. Eran reglas fijas. Leí algunos libros que mi tío filtró. Las historias de papá eran balanceadas, ambos bandos lo interceptaron en algún momento y se salvo por neutral.

Escuché a alguien contar cómo seguía instrucciones de cortar orejas izquierdas para contar las bajas guerrilleras y me asombré en silencio porque era imposible responder de otra forma.

Cuánto miedo solapado. Cuánto silencio. Cuánta normalidad ante la muerte.


21 marzo 2012

Amor

Usted no puede hablar de amor. No se atreva, sentada, ahí en esa silla cómoda donde se ve más alta y detrás de esos lentes que cree que le hacen ver más claro.
Usted no ha visto el amor en los ojos cerrados de una sombra, queriendo convencerse que es otra  a la que tiene debajo. Usted no ha sentido los golpes del tipo que en cada manotazo intenta desquitarse porque nadie lo quiere. Usted de ese amor no sabe.
No sabe el amor que se puede sentir bajo el agua fría, cuando regresa de madrugada para quitarse la saliva ajena a palanganazos.  Usted no sabe de amor porque no ha visto la mueca que le hacen a un delineador corrido.

No entiende de amor porque no ha sentido gusanos corriendo por las piernas,  queriendo con todas sus fuerzas que el amor se decida luego y termine igual. Usted no ha rogado que le compren una hora y que la plata le alcance para mañana. Usted no acarició heridas, moretes, navajazos, no compartió una lágrima ni un enojo, porque sí, porque así es y porque así fue.

Usted no se cree cuando le dicen que la quieren, no quiere ser de nadie porque no sabe lo que se siente no ser de nadie, andar de mano en mano, de pierna en pierna, de cama en cama, viviendo solo para vivir, de aquí a mañana.

Usted no puede hablar del amor. No se atreva.

19 marzo 2012

Gris por receta médica

Los dolores empezaron desde mucho antes. Esta angustia escondida en el pecho, reventándome el alma y lavándose con lágrimas que nunca acaban, persistente como mancha en ropa blanca. Lloraba como desquiciada y no entendía como detener el llanto. Me vaciaba y el torrente se llenaba de inmediato. Comía sin ver a nadie, sonreía por costumbre y el gris se instaló en mis pupilas, justo en el punto aquél que antes acostumbraba brillar.

El estómago fue siempre mi punto débil. Mi cuerpo encontró salida retorciéndome por la mitad, tal vez para recordar lo dividida que una mano ajena me dejó.

Ése día caminamos por el centro y ella me pidió que la acompañara al médico, quería que me viera, confiaba en una medicina que pudiera limpiarme el alma y desinfectarme de llanto, quería curarme la vida.

Él era un veterano conocido que logró limpiarse la muerte de sus dos primeras clientes con una vida filantrópica. Su indiferencia ante las enfermedades incurables llegó a confundirse con sabiduría.

Ella me llevó casi obligada, con el juramento anticipado de que no contaría "mi problema". Acepté para darle una esperanza que yo no entendía. 

Esperamos una hora, mientras los pacientes uno a uno entraban por cinco minutos para recibir un par de palabras y una receta.  Entramos juntas. 

Me auscultó como siempre, mientras la escuchaba a ella en  medio de un -mjm- que debió significar que nos comprendía. Terminó de palpar mi vientre, medir la presión sanguínea y concluir que no tenía nada.  

Entonces, ella habló, disculpándose conmigo por faltar a la promesa y le preguntó si la enfermedad no tendría que ver con el tipo que encontré al lado de mi cama, hurgando entre los pliegues de mi ropa interior. 

Él sonrió y me vio directo a los ojos. -No es cierto, lo soñaste, ¿verdad que lo soñaste?- dijo con aquella voz grave y rítmicamente diferente a  la nuestra. -Señora - dijo entonces viéndola a ella- lo que pasa es que estas niñas ven mucha tele y leen cosas, por eso es que después sueñan  y se creen que les pasó-. 

Me miró con los ojos convencidos de la veracidad del diagnóstico. -¿Lo soñaste, verdad?- 
Recuerdo el gris instalándose, definitivo y el odio que empezó a crecerme en el estómago cuando sin ninguna expresión y con una voz que no era mía,  respondí: -Sí.

16 marzo 2012

Tejido

Quiero recordarme
con esa vieja franela atada a la cintura,
con las botas de faena petit,
de cinco años sentada en las gradas de la casa de mi madre, hurgando entre los dedos de los pies,
empuñando la vieja Zenith,
cantando sobre una cinta grabada de un acetato,
con una manzana en la boca y un libro en las piernas,
bailando, con los ojos cerrados, en aquella fiesta coreana,
desvelada y feliz después de una película,
tomando el primer pretexto cuando era mi turno de lavar platos,
sola en una madrugada cualquiera, terminando un libro que era para una semana,
caminando bajo el sol o bajo la lluvia,
despacio y viendo  a la gente,
desnuda frente a un espejo,
compartiendo mi silencio en un viejo diario,
haciendo garabatos mientras cuestiono la autoridad,
fumando bajo la luna imaginando extraterrestres escondidos detrás de la luz.

Y así hilarme en una sucesiòn de yos dispersos y mudos.



15 marzo 2012

El detective del sillón

Despertó liviano. Preparó el desayuno rápido de siempre y se sentó como siempre frente al televisor, salpicando migajas. A la misma hora se levantó y cruzó la puerta del baño que como siempre, dejó abierta . Era un día repetido pero diferente.  Un motor cercano lo sacó de la rutina y provocó un antojo de ventana indiscreta. Dos siluetas. Una femenina, no había duda, aunque él no supiera realmente por qué. La segunda era de un hombre con muletas. "Estatura promedio y complexión mediana"- pensó rápidamente mientras sonreía con el recuerdo del programa de detectives de la noche anterior.

"Eran dos, el carro era oscuro y no, no pude distinguir el color exacto. Tardaron un par de minutos en bajarse  y entrar". Se sirvió una tercera taza de café mientras descubría su improvisada narración de programa de televisión de misterios imposibles resueltos. Se acomodó el elástico que le ceñía el abdomen y retrocedió a su sillón, recordando su torpe descripción detectivesca.

Lento, siempre le gustó sentarse lento, hasta el último instante en que el peso de todo su cuerpo caía por completo, de un solo golpe, vaciando de aire el sillón. Ese último golpe se detuvo antes de derramar su humanidad. Un pequeño sonido metálico. Parpadeó. Tragó saliva y se escucho repitiendo: "Eran dos..."

Parálisis

Se quedó ahí,
perdido detrás de la pantalla,
debajo de ella
a un lado
de lado
cabizbajo
sucio
opaco
como utensilio plástico venido a menos.

¿Te apuntás?

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Si pudiera dejar de escribir, seguramente lo haría. Mis otros blogs: lilianavillatoro.wordpress.com oracogeecocaro.blogspot.com eldecalogodelciempies.blogspot.com