25 febrero 2013
21 febrero 2013
No era necesario hundir el bisturí hasta el fondo. Detrás del tiempo estaba la rueda. Obediente el hámster caminaba sin avanzar, en su mismo punto, huyendo del dolor que no termina, ni ahonda, ni se extiende, ni retrocede, ni desaparece. Se empeña en girar el círculo, en darle vuelta, sin verlo, sabiendo que está ahí, justo debajo de sus pies.
18 febrero 2013
Durazno
Los colores de las telas tienen nombres curiosos, como si pudieran comerse. Pero a vos te gustaban aunque no supieras el nombre. Esa camisa en particular, te suavizaba cada vez que volvías con la intención de quedarte, para reafirmar un amor que jugás como yo-yo.
Anoche volviste a jugar. La camisa desteñida se hizo espacio bajo mi reflector. Tu espalda encorvada y sus brazos engulléndote decididos. Y esos ojos que siempre brillan cuando me ve, cuando intenta descifrarme, cuando me cree competencia y busca hacer un sprint que solo a ella le interesa. Esos ojos se iluminaron. Me vio y retuvo el abrazo para asegurarse que yo lo viera. Me escarbó por dentro, hurgó, buscó lo mismo que hace rato yo no encuentro.
Anoche volviste a jugar. La camisa desteñida se hizo espacio bajo mi reflector. Tu espalda encorvada y sus brazos engulléndote decididos. Y esos ojos que siempre brillan cuando me ve, cuando intenta descifrarme, cuando me cree competencia y busca hacer un sprint que solo a ella le interesa. Esos ojos se iluminaron. Me vio y retuvo el abrazo para asegurarse que yo lo viera. Me escarbó por dentro, hurgó, buscó lo mismo que hace rato yo no encuentro.
13 febrero 2013
11 febrero 2013
Hazme un instrumento.
Dos notas agudas salieron del tendón. La piel permanecía expuesta, en tiras delgadas. El músculo hecho a un lado, palpitaba vivo. Cada dedo pulsaba las cuerdas que no eran más que pedazos vivientes de un cuerpo partido por la mitad, luego en cuartos, octavos e infinidad de líneas que se hacían profundas.
La sensibilidad existía. Cada vez menos.
La sensibilidad existía. Cada vez menos.
Bombilla
Había una vez una bombilla, enamorada de su propio resplandor.
Moría en el día, envidiosa del sol,
porque el mundo se convertía en un lugar frío, hostil y aburrido.
Renacía en la noche, cuando la oscuridad la hacía necesaria.
Se iluminaba dolorosamente por dentro, en todo su esplendor.
Hasta que se quemó.
Moría en el día, envidiosa del sol,
porque el mundo se convertía en un lugar frío, hostil y aburrido.
Renacía en la noche, cuando la oscuridad la hacía necesaria.
Se iluminaba dolorosamente por dentro, en todo su esplendor.
Hasta que se quemó.
04 febrero 2013
Laura
Miguel asomó por la ventana. Le gustaba ver a Laura, la menor de los Martínez, despidiéndose del novio de turno. A veces eran besos bajo la lámpara, a veces los vidrios polarizados lo dejaban inquieto, imaginando lo que sucedía dentro.
Entonces Miguel sentía fiebre, sudaba, respiraba agitado y tenía pesadillas en las que aparecía dentro del coche de vidrios oscuros, besando a Laura, hurgando bajo la falda, saboreando con los dedos el encaje del sostén. La apretaba fuerte, la llenaba de saliva, la marcaba para siempre y entonces, abría los ojos y no era Laura, era otro Miguel.
De alguien que pretendía salir ilesa.
Ya no hay eco
el sonido no existe,
ni el torrente
ni la luz
Todo es silencio
aquí dentro
el miedo de alguien
que no conozco
se enroscó en mi piel
su grito me dejó callada
su miedo se llevó mi fé
Tampoco hay lágrimas
no queda ninguna
todas se las llevó ella
todas las usó
con cada golpe
con cada herida
con la saliva indeseada
con el tacto ajeno
con el asco pegado en la frente
con la gana de morirse sin sentir
No sé su nombre
pero la siento inmensa
fría
temblando queda
aquí dentro.
No huele a nada
no dice nada
solo se ciñe y se guarda
Soy su escondite
su puerta cerrada
la nula posibilidad de escapar
un agujero en la pared, que no es suficiente
un camino que nunca verá
porque solo es sombra
porque las lágrimas no curan
no lavan
no quitan la vergüenza,
el miedo, el sudor ajeno,
el peso que ahoga,
la piel que se desgarra,
la sangre salada.
Y yo soy solo un muñón,
inútil,
como el resto
como todos
como siempre.
01 febrero 2013
7:30
Subí la pequeña cuesta que da a nuestra calle, despacio. Las mañanas encuentran algo de calma después de las 7:30. Es un barrio sencillo y siempre hay niños jugando. Él giraba el timón. La bicicleta le quedaba pequeña, pero parecía no importarle. La cara alargada y morena, demasiado grande para el resto del cuerpo. La cabellera enredada ocultaba algunos rizos, que quizá no lo eran. Una sonrisa plana. El mundo no existía, era él y los pedales. Él y una ligera velocidad. Él y un mundo particular que no estaba frente a sus ojos sino detrás.
Y algo tibio me nació dentro.
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El gato de Schrödinger
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- Liliana
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