01 febrero 2013

7:30

Subí la pequeña cuesta que da a nuestra calle, despacio. Las mañanas encuentran algo de calma después de las 7:30.  Es un barrio sencillo y siempre hay niños jugando. Él giraba el timón. La bicicleta le quedaba pequeña, pero parecía no importarle.  La cara alargada y morena, demasiado grande para el resto del cuerpo.  La cabellera enredada ocultaba algunos rizos, que quizá no lo eran. Una sonrisa plana. El mundo no existía, era él y los pedales. Él y una ligera velocidad. Él y un mundo particular que no estaba frente a sus ojos sino detrás.

Y algo tibio me nació dentro.

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