Subí la pequeña cuesta que da a nuestra calle, despacio. Las mañanas encuentran algo de calma después de las 7:30. Es un barrio sencillo y siempre hay niños jugando. Él giraba el timón. La bicicleta le quedaba pequeña, pero parecía no importarle. La cara alargada y morena, demasiado grande para el resto del cuerpo. La cabellera enredada ocultaba algunos rizos, que quizá no lo eran. Una sonrisa plana. El mundo no existía, era él y los pedales. Él y una ligera velocidad. Él y un mundo particular que no estaba frente a sus ojos sino detrás.
Y algo tibio me nació dentro.
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