No era necesario hundir el bisturí hasta el fondo. Detrás del tiempo estaba la rueda. Obediente el hámster caminaba sin avanzar, en su mismo punto, huyendo del dolor que no termina, ni ahonda, ni se extiende, ni retrocede, ni desaparece. Se empeña en girar el círculo, en darle vuelta, sin verlo, sabiendo que está ahí, justo debajo de sus pies.
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