29 agosto 2013

Érase una vez.

A los cinco años aprendí que mi entrepierna guardaba un secreto y que la lealtad se pagaba con silencio. Entendí que un pacto era algo sagrado, algo que te unía a alguien que te revelaba un misterio. No sentía culpa, sólo curiosidad. Aprendí a ver entre las sombras, las figuras de amantes enredados, a escuchar atenta los suspiros y a tomarle foto a cada sitio en el que se podían depositar besos.
A los siete, esperaba los viernes, las noches en que mi madre estaba ausente, para esconderme detrás de una silla a seguir con los ojos cada escena, para llenarme de espuma cada vez que la rubia llenaba de gasolina su tanque y pagaba dejando que una mano oscura le esculpiera salvaje el pecho.  Ella parecía disfrutarlo, yo sabía que también estaba jugando, como jugaba yo cuando nadie nos oía, a aquello que no se puede contar, con la puerta cerrada y el oído atento.
A los ocho, quería jugar otros juegos, unos que no tuvieran que dejarme con miedo, alguno que no me causara angustia ni lágrimas. La risa ya no me salía sin que antes me ganara el llanto. No me gustaba que me sujetaran, no quería ningún peso sobre mi cuerpo. Empecé a distinguir el olor de la saliva ajena, y el disgusto que me causaba tenerla sobre la piel. Cerraba los ojos, dormía profundo. La noche no era mía, no era yo, no era nadie. Intentaba flotar y volar lejos. Casi siempre funcionaba. Dormía boca abajo y me empeñaba en no moverme para evitar el tacto. A veces me despertaba con una mano ajena entre las nalgas. Gritaba. Pero la voz no salía. Es normal en las pesadillas.
A los trece, exploraba mi cuerpo sin sentir nada, a veces me distraía viendo el techo mientras mi mano se deslizaba por algo que ya no era mío. Luego dejé de hacerlo para siempre. Nadie quiere tocar mierda. Nadie quiere ensuciarse con ella.
A los catorce desperté antes de tiempo, para encontrar de pie al lado de la cama, la figura que suponía no era monstruo. Tampoco pude gritar.
Hace muchos años lo intento.

Una absurda metáfora de respirar.

Camino todos los días con este cadáver encima. No pesa.
Me he acostumbrado al espacio de huesos fríos.  Las paredes son suaves, flexibles.
Muevo lo que hay fuera, veo a través de unos cuencos vacíos, camino dentro de unas calzas largas de piel que se acomodan sin dificultad.  A veces siento calor y a veces algo de frío. No recuerdo ya la sensación de viento. Eso no llega aquí dentro. La humedad sí.  A ella me pego y con ella me unto. Cuando el cadáver empieza a secarse, paso mis dedos por sus orillas, sacudo el moho y los hongos adheridos. Ensarto mis uñas y hago un trazo. Dibujo una puerta inversa. Una que cierra todo, una que solo puede abrirse hacia adentro. Me deslizo y ahí espero, hasta que la lluvia vuelve a mojar el cuerpo, hasta que los charcos lo hacen moldeable, hasta que alguien lo patea pensando que es basura, hasta que distinguen que nadie lo habita.
Entonces salgo y vuelvo a poblarlo, despido el cuarto oscuro y me reencuentro con mi ausencia, esa que se llena de grises y se pinta la boca con rojos absolutos. Esa que mueve un cadáver.

23 agosto 2013

Mamá (minificción)

Hoy madre extendió su brazo sobre mis costillas.
Deslizo la mano y sus dedos sacudieron algo en mi ropa.

Qué raro el amor cuando no duele

21 agosto 2013

Instrucciones para uniformarse la sonrisa

Sepárese del vehículo, 
corra, pero sin caer 
porque vienen carros detrás 
y no tenemos seguro para pagarle las piernas. 
Acelere. 
Frente a cada puerta encontrará bolsas, cubetas, costales. 
¿Huele mal? 
Perfecto. Vamos por eso. Tómelo, con las manos, sí. 
No le dimos guantes porque este es trabajo rudo y de todas formas se le gastarían en la primera cuadra. 
No se queje. 
¿Tiene trabajo, verdad? 
¿Beneficios? Siempre hay cosas deseables que alguien más lanzó por descuido o por exceso. 
Tómelo, pero luego. 
Ahora, enfóquese. 
Eficacia y eficiencia ¿recuerda? 
Esas son nuestras prioridades. 
Recoja bien la basura y recójala rápido. 
Los que vienen detrás no deben notar que la velocidad disminuye, no deben verlo. 
Usted es invisible. 
Tome las bolsas, los sacos, las cubetas, no aspire, es por su propio bien. 
No aspire ni con la nariz ni con la voluntad o va a sentir que se le va el alma cada vez que su brazo se levanta y con todas las fuerzas lanza el paquete a la parte trasera del camión. 

Ya está, se deshizo del bulto maloliente. 
No es gran cosa,
es trabajo. 
Siga. 
No piense. Vuelva a correr. No caiga. Eficacia y eficiencia.
Recuerde.
Y no aspirar.

20 agosto 2013

Un recuerdo, querida X.

Tiró el teléfono sobre la cómoda y salió caminando lento, marcando cada paso sobre la alfombra. Asegurándose de dejar descrito el camino del adiós.
Ella se congeló entre la indecisión de salir tras él y pedirle que volviera con las mil promesas de siempre que incluían esconder los demonios tras el sofá y la enorme ansiedad de revisar otra vez el teléfono.

Ganó la ansiedad. 
Ganaron los demonios.
El adiós quedó bien marcado y ella encontró alimento suficiente para las criaturas que la atormentaban.

Y vivieron por siempre felices.



19 agosto 2013

Blasfemia

Puta la vida
puta la distancia
puto el desconcierto
puto el tiempo que se pierde y se diluye y no espera nunca a nadie.

Puto el espacio infinito
que se eleva sobre mi cabeza
el gris que se planta detrás del verde
en la sombra más alta de mi bosque.

Puta esa soledad infinita
que aparece al verme tan reducida
puta la ausencia
puto el silencio
puto el sentimiento estúpido
innecesario
despiadado
que se coloca aquí dentro
y que no entiende
de autosuficiencias.

Putos los caminos
todos putos ellos
ninguno me tiene
no quiero a ninguno
porque yo también
(como Alicia)
ni siquiera sé
cómo ni a dónde
quiero llegar
con estos pies.

Foto: Monserrat C.



12 agosto 2013

Cinco días eternos

Es lunes aún y la ansiedad la disimulo con risa.  

No puedo evitar pensar en mi boca 
(la etapa oral no la superé muy bien que digamos) 
y en como mis dientes rozaran tu espalda 
y mi lengua desde el otro extremo dibujará círculos 
o espirales con saliva, 
marcando sitios y haciendo nudos. 

Me anticipo a la urgencia 
de encontrar tus labios 
(con los ojos cerrados) 
y mis poros se encienden y protestan 
por la energía 
que los sacude. 

Mis manos se entibian 
con la cercanía de una piel 
que ahora no disfruto 
y tamborilean sobre papeles 
recordando el camino que recorrerán, 
despacio, 
con las yemas, 
con las uñas, 
con la fuerza del puño cerrado, 
de la palma lisa. 

Imagino tu risa vista desde mis ojos, 
la mía vista desde los tuyos 
y una manada de caballos salvajes galopa 
(dentro) 
y me recorre 
hasta llegar al vientre. 
Y en ese sitio 
(donde ambos nos refugiamos para sellar las promesas que no se dicen)
la humedad me recuerda 
que el amor no está invitado, 
pero llega.


09 agosto 2013

El tiempo pasa y llega una hoja y otra pantalla y un click y otro segundo. Alguien entra y pregunta. Respondo. Soy robot, me acomodo. Adentro hay alguien, que a veces no recuerdo quién es.

07 agosto 2013

Eujiro

Eujiro, noviembre 2010.

Hemos aprendido a usar bien el tren. Las líneas verdes y rojas ya tienen sentido.  Exploramos todos los días hasta la medianoche, justo antes de que el servicio paralice y llegamos a la estación final a media cuadra de Vabien. Disimulamos el hambre con la alegría de los descubrimientos, ahorramos todo lo que podemos para malgastarlo luego.

Ayer Claudia y yo tomamos el tren solas. Eujiro resonaba con la fuerza de sus letras. Es confusa esa estación y necesitábamos aclararnos el mapa.  Claudia buscó al guardia, yo la seguí obediente. Confío en ella. 

Por alguna razón hay personas con las que logró una conexión inmediata. Vernos a los ojos a veces es suficiente para reconocernos. En algunos casos son amistades entrañables. Otras, amores imposibles, almas atrapadas en el karma de vidas anteriores que continúan evadiéndose en esta, química inmediata que se vuelve incendio.  Pero mis incendios son siempre ilustrativos, emocionales, platónicos y ahí estaba el material inflamable de pie con la sonrisa bien plantada y la charla pronta, los ojos enfocados en una emoción difícil de encontrar en este ambiente tan parco.  Claudia preguntó al inicio pero terminó moviéndose disimuladamente a un lado.  Aclaramos la ruta, él preguntó de dónde veníamos, a dónde íbamos, dónde nos quedábamos. Invitó y Claudia no respondió. Yo, inútil para ser infiel preferí sonreír y callarme cuando los ojos se le volvieron tristes y la voz se hizo queda ante el apellido largo, largo de la tarjeta de presentación que le extendí y que necesitó la explicación: “it´s my husband´s last name”. 

Volveremos a Eujiro mañana. No lo encontraremos nunca más. Guardamos Claudia y yo fotos con el material inflamable y me lamentaré sola del error de impresión que no permitió que la dirección de mi correo electrónico me diera una excusa. Pero seguiré siéndole fiel al infiel, ya me conozco.

Capricornio, terca y recalcitrante hasta para encerrarse en los errores.


06 agosto 2013

La nada en que se convierte el mundo.

Poesía también es esta calma
las ganas de comerme el mundo con tus dientes
de enclaustrar mis manos a tu espalda
de cubrirte el frío
de pegarme a vos en un abrazo que aunque empiece tarde
no termine.

Poesía son tus manos cuando se encuentran con las mías
y se entrelazan asegurando que nos conocimos antes
que bastó un momento para reconocer
este encuentro

Poesía es tu boca hablando firme
tus argumentos breves y fuertes
tu risa despiadada y la burla certera
que espanta el sentimentalismo que te desconcierta,
que me asusta
y que nos marca.

Poesía es la sonrisa en tu boca, en la mía
las palabras cruzadas
la nada en que se convierte el mundo 
porque vos estás ahí.



05 agosto 2013

Humo

El sabor del humo pegado a tu lengua
el sabor de tu lengua cubierta por humo.
Tus manos en mi vientre, esculpiendo, inundando,
mientras mis ojos anotaban tu risa fácil y esa curiosidad noble de tu alma vieja.

Nos hicimos pedazos.
No había futuro.
Somos animales, dijiste
Somos animales, repetí.
Quisiste detenerme con aquel gesto en el hombro.
Volteé.
Besé tu boca y te lo recordé:
-Somos animales, no se te olvide.
Di la vuelta y me fui de tu vida sin querer irme.
No luchaste
No luché

Pasa cuando tenés el yo demasiado adentro y entendés que quedarte será pedir.
Nos pesa demasiado la libertad,
lo sabemos, nos reconocimos (¿recordás?)

Te fuiste. Me fui.
Te encerraste dentro.
Me encerré dentro también.

Vos te acompañás ya de otra piel
de otra rutina
de otro adiós que no es el mío
y me dolés en lo profundo del egoísmo.

Sabelo.

Santa María

Una carretera de piedra se extiende por la montaña, parte el bosque y le hace una cicatriz al verde. El horizonte es una mancha de azules varios al fondo, en el valle, en el vacío.  Conducimos algunas horas y encontramos construcciones que vuelven angosta la ruta.  Llegamos. Hay una fiesta. Actos. Una escuela. Celebran algo.

Desde el micrófono una voz se eleva para presentarnos a Santa María. El nombre me causa curiosidad. Atisbo el rostro. Es lejano. El cuerpo se inclina hacia la derecha sosteniéndose apenas en el aire, sobre la tarima cubierta de pino como si hilos invisibles la detuvieran.  Repite un poema viejo, clama a las montañas.

Los ojos están húmedos, la nariz enrojecida, la voz sin sentimiento. Repite, sin equivocarse, pero no está.

¿Dónde te quedaste, Santa María?
¿A dónde fuiste?
¿Fuera del lodo, del frío, de la tierra y el estropicio que cubre todo?
¿Estás volando, tocando las nubes, fuera de acá?
¿Te quedaste encerrada en alguna lágrima?

Santa María habla de brumas, de tristeza, de la ausencia de alguien que viaja sin esperanza de volver.

En los ojos de Santa María no hay nadie, ni tristeza, solo ausencia.
Es el silencio, Santa María, el que te llena el reflejo de la nada que está ahí dentro, cubriéndote con su cobija tibia y sus brazos largos.
Y la niebla, esa de la que habla, la que nos envuelve no la envuelve.

Es ella, Santa María, la niebla.

Pozo

Tengo dentro un pozo vacío
lleno de eco
con agua al fondo
calmada
quieta
y en silencio.

Basta una interrupción
para alterar ese espacio
que repite
y repite
y repite
el sonido subversivo
para expiarlo
y despedirlo
para siempre.

Agua II

La gente como yo no tiene playa, no tiene ancla, no tiene orilla. Flota a la deriva en el mar o se hunde de cabeza y respira hasta volverse agua.
La gente como yo no tiene asidero, camina sobre la cuerda, un pie tras otro, tropieza constantemente y cae de bruces en el suelo, se ensucia, se llena de guijarros, mastica la tierra que le queda en la boca, se revuelca en sus propios escombros y se levanta para darse cuenta que sigue sobre la misma cuerda.
La gente como yo no tiene destino, no busca un final, no tiene un camino cierto, una meta, un objetivo, somos gitanos viviendo cada día bajo el azul de la rutina, sabiendo que cargamos un cadáver vivo debajo de los huesos, que duerme y se acomoda, que a veces pesa, que a veces duele, un compañero constante que es el propio espejo, el reflejo de la sombra, el grito ahogado en la madrugada.
La gente como yo no quiere, espera que la quieran. Somos gatos escondidos en nuestros colmillos. Laceramos, sacamos las garras y con ellas a veces nos aferramos disimulando el miedo que nos causa el abandono detrás de la certeza del no necesitar. No damos, recibimos. Ronroneamos para buscar una palma, controlando el momento en que se recibe, para evitar la certidumbre, para avisar que este abismo que hay dentro no se llena porque está rebalsado.
La gente como yo, huye del dolor encerrándose en las llamas, ardiendo todos los días en el más severo de los fuegos, el propio, violento, definitivo, inmediato, interno. No necesitamos que nadie venga a causarnos dolor porque lo tenemos ya instalado en los tendones, en el músculo frío que se guarda en el pecho, en cada centímetro cúbico de materia gris.
La gente como yo está acostumbrada al desapego, recibimos la
dulzura de la sonrisa primera, las ataduras en las manos y el deseo de no soltar, el recorrido de la piel cuando es nueva y se reconoce, la voluptuosidad de la lengua que quiere comerse la vida ajena, el futuro de los primeros días, las ganas de tener ganas, la incertidumbre que antecede las decisiones, el muelle tembloroso y las amarras flojas pero sabemos del adiós que se esconde en cada vida, de los pies demasiado mojados, de la arena que se escurre y sucumbe bajo el agua.

La gente como yo, conoce el dolor.
La gente como yo, duele.

La gente como yo no pide permanencia
porque la gente como yo

nunca permanece.

02 agosto 2013

Lenguas

Hay un universo completo en una lengua que se comparte, que se prueba, que se saborea. Uno puede acariciar la superficie del otro con la propia lengua, invadir su espacio, caminar sobre la rugosidad de sus papilas recogiendo el sabor, enredarse con la otra lengua, retraerse y dejar que ella invada completa el espacio propio. Invitarla y que aborde suave, con timidez. O atrevida, golpeando fuerte para ocupar todo el espacio. Puede lamer el contorno de los labios, distraerse lamiendo piel y volver a saborear otra vez el sabor del otro mientras el otro saborea el sabor de uno. Dentro. De la boca.
Pero no es un universo revelado. Existe para quien quiere descubrirlo. El resto, pasará al lado sin conocerlo, visitará pero no reconocerá cada sitio, cada nudo, cada entramado dibujado con saliva, con tiempo detenido en ese momento en el que todo desaparece menos dos que coinciden inventando un lenguaje que no sabe de palabras.

¿Te apuntás?

Mi foto
Si pudiera dejar de escribir, seguramente lo haría. Mis otros blogs: lilianavillatoro.wordpress.com oracogeecocaro.blogspot.com eldecalogodelciempies.blogspot.com