Eujiro,
noviembre 2010.
Hemos aprendido
a usar bien el tren. Las líneas verdes y rojas ya tienen sentido. Exploramos todos los días hasta la
medianoche, justo antes de que el servicio paralice y llegamos a la estación
final a media cuadra de Vabien. Disimulamos el hambre con la alegría de los
descubrimientos, ahorramos todo lo que podemos para malgastarlo luego.
Ayer
Claudia y yo tomamos el tren solas. Eujiro resonaba con la fuerza de sus
letras. Es confusa esa estación y necesitábamos aclararnos el mapa. Claudia buscó al guardia, yo la seguí
obediente. Confío en ella.
Por alguna
razón hay personas con las que logró una conexión inmediata. Vernos a los ojos
a veces es suficiente para reconocernos. En algunos casos son amistades entrañables.
Otras, amores imposibles, almas atrapadas en el karma de vidas anteriores que
continúan evadiéndose en esta, química inmediata que se vuelve incendio. Pero mis incendios son siempre ilustrativos,
emocionales, platónicos y ahí estaba el material inflamable de pie con la
sonrisa bien plantada y la charla pronta, los ojos enfocados en una emoción
difícil de encontrar en este ambiente tan parco. Claudia preguntó al inicio pero terminó
moviéndose disimuladamente a un lado.
Aclaramos la ruta, él preguntó de dónde veníamos, a dónde íbamos, dónde
nos quedábamos. Invitó y Claudia no respondió. Yo, inútil para ser infiel
preferí sonreír y callarme cuando los ojos se le volvieron tristes y la voz se hizo
queda ante el apellido largo, largo de la tarjeta de presentación que le extendí
y que necesitó la explicación: “it´s my husband´s last name”.
Volveremos
a Eujiro mañana. No lo encontraremos nunca más. Guardamos Claudia y yo fotos
con el material inflamable y me lamentaré sola del error de impresión que no
permitió que la dirección de mi correo electrónico me diera una excusa. Pero
seguiré siéndole fiel al infiel, ya me conozco.
Capricornio,
terca y recalcitrante hasta para encerrarse en los errores.
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