05 agosto 2013

Agua II

La gente como yo no tiene playa, no tiene ancla, no tiene orilla. Flota a la deriva en el mar o se hunde de cabeza y respira hasta volverse agua.
La gente como yo no tiene asidero, camina sobre la cuerda, un pie tras otro, tropieza constantemente y cae de bruces en el suelo, se ensucia, se llena de guijarros, mastica la tierra que le queda en la boca, se revuelca en sus propios escombros y se levanta para darse cuenta que sigue sobre la misma cuerda.
La gente como yo no tiene destino, no busca un final, no tiene un camino cierto, una meta, un objetivo, somos gitanos viviendo cada día bajo el azul de la rutina, sabiendo que cargamos un cadáver vivo debajo de los huesos, que duerme y se acomoda, que a veces pesa, que a veces duele, un compañero constante que es el propio espejo, el reflejo de la sombra, el grito ahogado en la madrugada.
La gente como yo no quiere, espera que la quieran. Somos gatos escondidos en nuestros colmillos. Laceramos, sacamos las garras y con ellas a veces nos aferramos disimulando el miedo que nos causa el abandono detrás de la certeza del no necesitar. No damos, recibimos. Ronroneamos para buscar una palma, controlando el momento en que se recibe, para evitar la certidumbre, para avisar que este abismo que hay dentro no se llena porque está rebalsado.
La gente como yo, huye del dolor encerrándose en las llamas, ardiendo todos los días en el más severo de los fuegos, el propio, violento, definitivo, inmediato, interno. No necesitamos que nadie venga a causarnos dolor porque lo tenemos ya instalado en los tendones, en el músculo frío que se guarda en el pecho, en cada centímetro cúbico de materia gris.
La gente como yo está acostumbrada al desapego, recibimos la
dulzura de la sonrisa primera, las ataduras en las manos y el deseo de no soltar, el recorrido de la piel cuando es nueva y se reconoce, la voluptuosidad de la lengua que quiere comerse la vida ajena, el futuro de los primeros días, las ganas de tener ganas, la incertidumbre que antecede las decisiones, el muelle tembloroso y las amarras flojas pero sabemos del adiós que se esconde en cada vida, de los pies demasiado mojados, de la arena que se escurre y sucumbe bajo el agua.

La gente como yo, conoce el dolor.
La gente como yo, duele.

La gente como yo no pide permanencia
porque la gente como yo

nunca permanece.

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