02 agosto 2013

Lenguas

Hay un universo completo en una lengua que se comparte, que se prueba, que se saborea. Uno puede acariciar la superficie del otro con la propia lengua, invadir su espacio, caminar sobre la rugosidad de sus papilas recogiendo el sabor, enredarse con la otra lengua, retraerse y dejar que ella invada completa el espacio propio. Invitarla y que aborde suave, con timidez. O atrevida, golpeando fuerte para ocupar todo el espacio. Puede lamer el contorno de los labios, distraerse lamiendo piel y volver a saborear otra vez el sabor del otro mientras el otro saborea el sabor de uno. Dentro. De la boca.
Pero no es un universo revelado. Existe para quien quiere descubrirlo. El resto, pasará al lado sin conocerlo, visitará pero no reconocerá cada sitio, cada nudo, cada entramado dibujado con saliva, con tiempo detenido en ese momento en el que todo desaparece menos dos que coinciden inventando un lenguaje que no sabe de palabras.

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