Es lunes aún y la ansiedad la disimulo con risa.
No puedo evitar pensar en mi boca
(la etapa oral no la superé muy bien que digamos)
y en como mis dientes rozaran tu espalda
y mi lengua desde el otro extremo dibujará círculos
o espirales con saliva,
marcando sitios y haciendo nudos.
Me anticipo a la urgencia
de encontrar tus labios
(con los ojos cerrados)
y mis poros se encienden y protestan
por la energía
que los sacude.
Mis manos se entibian
con la cercanía de una piel
que ahora no disfruto
y tamborilean sobre papeles
recordando el camino que recorrerán,
despacio,
con las yemas,
con las uñas,
con la fuerza del puño cerrado,
de la palma lisa.
Imagino tu risa vista desde mis ojos,
la mía vista desde los tuyos
y una manada de caballos salvajes galopa
(dentro)
y me recorre
hasta llegar al vientre.
Y en ese sitio
(donde ambos nos refugiamos para sellar las promesas que no se dicen)
la humedad me recuerda
que el amor no está invitado,
pero llega.
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