
Ella se congeló entre la indecisión de salir tras él y pedirle que volviera con las mil promesas de siempre que incluían esconder los demonios tras el sofá y la enorme ansiedad de revisar otra vez el teléfono.
Ganó la ansiedad.
Ganaron los demonios.
El adiós quedó bien marcado y ella encontró alimento suficiente para las criaturas que la atormentaban.
Y vivieron por siempre felices.
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