02 septiembre 2013

Lunes.

Dejé de intentar con el switch. Ese ruido sordo que producen las últimas chispas de electricidad buscando la energía acumulada que se diluyó hace muchas horas me producen una mezcla de risa y llanto. Son las 7 de la mañana. No llegaremos a tiempo.
M. inicia una nueva rutina. Las comodidades que teníamos al vivir en este pueblo se están volviendo invisibles, debemos integrarnos a un vendaval distinto, hacer vidas separadas, comeremos lejos una de otra, no nos veremos, no podré ayudarla con su tarea.  Pero estará mejor.
Hay demasiado ruido en este silencio. Se me deshilaron los asideros. No tengo alas, el último par quedó descompuesto después de intentar un vuelo extremo. Mis pies hoy no tienen fuerza. Mi garganta está sellada. Mis dedos están muertos. Si cada uno de los segundos que nos llevaron a instalarnos en este lunes se hiciera concreto, sería una arista demasiado filosa y seguiría rasgándome la piel, como lo han hecho los últimos siete días.
Siete días.
Siete muertes
Siete noches
A veces quisiera pensar que esta espiral que nos golpea es un mal sueño, quisiera que todo fuera un simple berrinche, un cambio cualquiera y seguir riendo mientras miro tu risa, pero el truco de niña ya no funciona. Me tapo los ojos con ambas manos y todo sigue ahí.

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