13 septiembre 2013

Septiembre III

Siempre que viene conmigo al trabajo revisa mis gavetas, repitiendo el mismo ejercicio curioso que hacía yo en la cómoda de mi mamá. Me deja cartas, dibujos y notas, porque sabe que los guardo para los días grises, que son mis anclas cuando el barco se hunde.
Hoy encontré un pequeño post it, con el adhesivo gastado y un sencillo "te amo mucho" escrito a lápiz sobre el papel amarillo brillante. Le agregué un trozo de cinta y lo aseguré al lado izquierdo de mi gaveta, el que coincide con este agujero que me quedó en el pecho.
Detrás de los dibujos, hay una foto mía quizá de tres años. Es un rostro sonriente viendo hacia un lado. Siempre me gustó esa foto. Me gustaba otra con la misma ropa en un estudio antiguo sentada sobre un caballito de plástico pequeño, pero se extravió. En este retrato, mis hombros están un poco levantados queriendo restarle importancia a algo que no recuerdo bien. Mis dientes aún no son definitivos y se muestran como los de ella. Es en lo único que nos parecemos -me dijo anoche, mientras abrazaba a su papá, al que quiere parecerse en todo.

Yo escribo estas palabras ahora que la marea de dolor se alejó y me permite a pesar de la sal, respirar y sostener los dedos contínuos para hilar más frases.

A la niña del retrato la perdí hace mucho tiempo. La lloro aún, pero debo rescatarle la sonrisa.
A la niña de los dibujos la tengo conmigo. Brilla cuando le recuerdo que el sol resplandece cuando ella sonríe. Ella no sabe la fuerza de los caminos que abre, pero sabe que dentro de esta ruina que ella imagina un palacio, se encuentra una habitación especial, llena de todas las cosas que compartimos y soñamos; que ahí dentro nadie más que ella habita.  Eso le gusta.

A mi me gustaría pensar que puedo guardarla tanto como mi cuento ilustra.

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