Todo apunta al mismo círculo, la misma calle, los mismos rostros, las rutinas aprendidas y el ciclo eterno de inicio, conflicto y desenlace. Me harté. Cerré la puerta. Aquí no hay más inicios, son bienvenidos los conflictos y las tramas complicadas, los guiones dadaístas y surreales, los diálogos pulcros y espontáneos. ¿Y los finales? Esos son la razón de ser.
30 noviembre 2012
26 noviembre 2012
Hilo
Noviembre 24 de 2012.
Dejo el confort del transporte de siempre y camino sola en la carretera interamericana. Me detengo a pedir indicaciones y Corina Guarcax ofrece llevarme a la parada de bus. Me pide prestados Q2. Servirán para pagar su traslado y el de un bulto de elotes al Mercado de Mayoreo de Sololá.
Corina tiene 19 años y la piel curtida por el viento, el frío y la vida. Yo regreso de un viaje catártico a la ciudad, donde debí anudar los últimos cabos de este año y despedir un par de fantasmas. Viajo de vuelta para hacer el mismo ritual en Atitlán. Corina es afable y se asombra cuando sabe mi edad y que no tengo marido. Soy un Alien.
Sobrevivimos juntas un par de piropos indeseables en la carretera y nos sentamos bajo el sol. Me cuenta que tiene tres hermanas. Ella es la mayor. Veo sus pies, cubiertos de tierra, su espalda torcida, que ha dejado de sufrir por el peso, el rostro que aparta del sol y que dibuja un mapa debajo de sus ojos. Ella ve mis zapatos atados, mis jeans desteñidos, la mochila al hombro y el suéter en la cintura. Somos extrañas, pero no lo sentimos así.
Llega el bus. Corina se sienta lejos, cuidando el bulto. Yo me siento sola y empiezo a rememorar cada instante. Cada kilómetro. Cada recuerdo. Cada vista. Atitlán fue uno de nuestros sitios y guarda la época en que fuimos felices, guarda nuestros deseos puros, los planes pensados sobre roca firme y siento que debo lavarme en sus aguas este punto final.
El bus se detiene en Sololá. Digo adiós pero mi voz se hace queda. Corina pasa sujetándose al tubo de hierro que enmarca los asientos y siento un poco de tristeza. Llega al final del pasillo y voltea, mientras deja escapar un adiós, firme y tibio. No sé si volveré a verla.
Me gusta pensar que sí, que somos parte de un hilo extenso y profundo que nos enlaza, que nos hermana, que nos reunió en este punto del camino.
Varios teóricos han desarrollado el tema de las coincidencias, lo que me resulta apasionante, como el tiempo y la forma en que lo percibimos, pero aunque esto no sea relevante en nuestra historia, quiero dejar escrito el nombre de Corina Guarcax, para no olvidar sus pies cubiertos de tierra, su espalda doblada por el peso y su piel quebrada por el viento.
La nombro antes que el tiempo difumine el hilo que nos unió, aunque mis pies guarden otra tierra, aunque no perciba el mismo peso sobre la espalda. Aunque las cicatrices de mi piel tengan otra causa.
Mañana será 25 de noviembre. Corina y yo somos mujeres en Guatemala y serlo tiene algo de cicatriz. No me gustan los cantos y redobles que gritan victimización. Me gusta creer que Corina y yo somos sobrevivientes en un sistema cerrado, machista y pequeño, en el que las mujeres no cabemos sino es con la etiqueta de producto y me gusta más pensar que un día las dos podamos celebrar la emancipación de nuestros cuerpos, de nuestras vidas. Celebrar ser mujeres y dueñas de nosotras, de nuestros destinos más allá de la pobreza y los convencionalismos. Salud, Corina Guarcax.
Dejo el confort del transporte de siempre y camino sola en la carretera interamericana. Me detengo a pedir indicaciones y Corina Guarcax ofrece llevarme a la parada de bus. Me pide prestados Q2. Servirán para pagar su traslado y el de un bulto de elotes al Mercado de Mayoreo de Sololá.
Corina tiene 19 años y la piel curtida por el viento, el frío y la vida. Yo regreso de un viaje catártico a la ciudad, donde debí anudar los últimos cabos de este año y despedir un par de fantasmas. Viajo de vuelta para hacer el mismo ritual en Atitlán. Corina es afable y se asombra cuando sabe mi edad y que no tengo marido. Soy un Alien.
Sobrevivimos juntas un par de piropos indeseables en la carretera y nos sentamos bajo el sol. Me cuenta que tiene tres hermanas. Ella es la mayor. Veo sus pies, cubiertos de tierra, su espalda torcida, que ha dejado de sufrir por el peso, el rostro que aparta del sol y que dibuja un mapa debajo de sus ojos. Ella ve mis zapatos atados, mis jeans desteñidos, la mochila al hombro y el suéter en la cintura. Somos extrañas, pero no lo sentimos así.
Llega el bus. Corina se sienta lejos, cuidando el bulto. Yo me siento sola y empiezo a rememorar cada instante. Cada kilómetro. Cada recuerdo. Cada vista. Atitlán fue uno de nuestros sitios y guarda la época en que fuimos felices, guarda nuestros deseos puros, los planes pensados sobre roca firme y siento que debo lavarme en sus aguas este punto final.
El bus se detiene en Sololá. Digo adiós pero mi voz se hace queda. Corina pasa sujetándose al tubo de hierro que enmarca los asientos y siento un poco de tristeza. Llega al final del pasillo y voltea, mientras deja escapar un adiós, firme y tibio. No sé si volveré a verla.
Me gusta pensar que sí, que somos parte de un hilo extenso y profundo que nos enlaza, que nos hermana, que nos reunió en este punto del camino.
Varios teóricos han desarrollado el tema de las coincidencias, lo que me resulta apasionante, como el tiempo y la forma en que lo percibimos, pero aunque esto no sea relevante en nuestra historia, quiero dejar escrito el nombre de Corina Guarcax, para no olvidar sus pies cubiertos de tierra, su espalda doblada por el peso y su piel quebrada por el viento.
La nombro antes que el tiempo difumine el hilo que nos unió, aunque mis pies guarden otra tierra, aunque no perciba el mismo peso sobre la espalda. Aunque las cicatrices de mi piel tengan otra causa.
Mañana será 25 de noviembre. Corina y yo somos mujeres en Guatemala y serlo tiene algo de cicatriz. No me gustan los cantos y redobles que gritan victimización. Me gusta creer que Corina y yo somos sobrevivientes en un sistema cerrado, machista y pequeño, en el que las mujeres no cabemos sino es con la etiqueta de producto y me gusta más pensar que un día las dos podamos celebrar la emancipación de nuestros cuerpos, de nuestras vidas. Celebrar ser mujeres y dueñas de nosotras, de nuestros destinos más allá de la pobreza y los convencionalismos. Salud, Corina Guarcax.
21 noviembre 2012
Ilusos
Te voy a dejar, le dije al amor. Y el amor palideció un poco y se encogió en su sillón. Se hizo pequeño y me vio con esa cara de mendigo que pone a veces, cuando me siente decidida. Dí la vuelta. El muy cínico no respondió nada. Me encontré a la nostalgia y aproveche para decirle que haga favor de sacudirse el polvo cada que venga, porque me deja rastros y ya me cansé de pensar que son desiertos. Esperé fuera, con la puerta cerrada, mientras el amor y la nostalgia chismearon un poco y se rieron de mi. Los dos se escondieron bajo el sillón. Se amaron, estoy segura, porque escuchaba gemidos quedos. Bah. Ilusos. No saben que yo sé.
20 noviembre 2012
Was left
Whatever was left of Walter Kovacs died that night with that little girl
Una vocecita canta
llena el aire
de dulce y tibio.
(el amor es algo tibio).
Una niña
que perdió la raíz
que busca aferrarse
que sigue de pie
levantando un muro
al que amarrarse
que es el mismo
que ella sostiene
Muere
muere lento,
una sombra densa
partiéndose en dos
la tinta que surca la piel
que le recuerda
que la vida son hechos
que la memoria engaña
que después de saberlo
puede vivir
flotando
encontrando

en la nada o
en el tiempo
en puntos y eventos
que se anudan y se multiplican
y se deshacen y ya no están.
No más.
15 noviembre 2012
Quince pasos

Un leve movimiento del cuerpo, el brazo dibujando una vertiente y la bolsa rauda en la mano. Los dedos imperiosos buscando el metal.
Buscando, buscando, buscando...
14 noviembre 2012
Aprender aprendiendo, para vivir viviendo.
Una vez tuve un accidente, uno de verdad. Fue en la época en que aprendí a conducir, conduciendo. Prestaba el carro y aceleraba con cuidado a la casa de una amiga, que a veces estaba y que a veces era solo pretexto para moverme unas cuadras y probar a hacer cambios y mover correctamente el timón.
Ese día, como los otros, mi papá me dio las llaves sin chistar, ante las quejas de mi mamá. Encendí el carro, que era blanco y demasiado familiar para mi gusto. Saqué despacio el embrague y llegué a la primera cuadra. Me acomodé detrás de un camión porque otro vehículo cerró el paso. Frené lento.
Ese día, como los otros, mi papá me dio las llaves sin chistar, ante las quejas de mi mamá. Encendí el carro, que era blanco y demasiado familiar para mi gusto. Saqué despacio el embrague y llegué a la primera cuadra. Me acomodé detrás de un camión porque otro vehículo cerró el paso. Frené lento.
Como a casi todos cuando empiezan a manejar, se me dificultaba sostener el carro en subida, que en este caso era bajada y con los nervios encima por el par de vecinos curiosos que observaban mis maniobras, confundí la cuarta con el retroceso. Un sonido parecido a platos rompiéndose. El freno rápido. Las manos y los pies movidos por los nervios. La culpa.
Logré mover el carro y continué el recorrido, recortándole unas cuadras. No hubo visita con la amiga. Regresé con un sabor amargo en la boca y la angustia partiéndome el estómago. Guardé el carro y fui directo a hablar con mi papá. Confesé mi crimen y ofrecí pagar cada centavo de la reparación. Mi papá sonrió y aceptó la disculpa sin decir palabra. Él arreglo la lámpara rota y siguió prestándome el carro. Creo que es una postal bastante cercana a lo que fue mi relación con mi papá y del amor incondicional que le tuve y que me tuvo, que le sigo teniendo y que me hace llover de vez en cuando. Pero es una lluvia bonita.
Lotería
Llegó como una coincidencia extraña. Como cuando uno piensa que no va a llover y se termina empapado. Lleno de fatalidades y anunciando que la vida es una mierda que él solo se encargaba de revolver. Llegó con miedos y prejuicios, con su cantaleta de la maternidad. Con su gusto de presumir mujeres como cualquier otro "objeto bonito" que se puede comprar. Exhibiendo un peligro que ni asumía ni soltaba. Queriendo ser lo principal y llenarse un vacío. Buscando un cariño que no le surgía dentro. Se desgranó en mentiras, en cuentos inventados, en palabras vacías que le sirvieron para construirse una historia idealmente imposible. Una que no podía negarse, porque era un lujo demasiado grande, una oportunidad que ni siquiera había soñado, una lotería que ganó sin comprar boleto. Llegó de frente con la certeza del que no tiene nada que perder y queriendo ganar un todo que no tenía dónde acomodar. Se le salió de las manos. La historia lo excedió. Se llenó y rebalsó. Fue demasiado y nunca pudo más que con poco.
Laberintos densos y absurdos. La realidad distorsionada por nuestros deseos y la vida concentrada en un par de horas que no podían ser. Queda lavarse las grietas, borrarte hasta que la sombra quede convertida en un recuerdo que no duela. Un recuerdo pequeño, que se pueda llevar con comodidad y que, con suerte, se pierda en el camino.
Noviembre
Arranqué la última raíz que me quedaba, dejé los escombros y caminé, viendo atrás, sí, porque no puedo dejar la vida disimulada y todos los segundos, minutos, horas, momentos, años, que tiene esta historia, como si nada.
Y aquí voy, con las rodillas raspadas, con la costumbre de sacudirme la tierra después de probarla y las ganas de no perder esta costumbre imbécil de seguir creyendo en lo que hago, en lo que digo, en lo que veo, en lo que siento, de guardarme un poco el sentido y volar sin alas, a dónde la luz se termine y no dibuje más sombras. Por que es lo que queda, porque es lo que quiero, porque lo indisoluble se queda conmigo, por siempre. Amén.
Motagua
Vino el disco, con esa canción infinita y no puedo evitar tararearla...
Vino el disco, con esa canción infinita y no puedo evitar tararearla...
(Click en el título y voilà)
08 noviembre 2012
Anagnórisis
Suelo llegar como un torrente,
como un caudal desbordado,
un relámpago
demasiado cercano
un estrépito
un grito
en medio del silencio,
como la oscuridad total a medio día.
De repente
sin esperar
martillando
doliendo
rasgando
abofeteando
marcando con sal heridas que no conozco
adivinando nada
y sabiendo sin saber.
Un flash
una bomba
una esquirla desviada del blanco
La sorpresa de la grieta que cedió
la adherencia que no existe
y el dolor de no permanecer.
Sueños
El terapeuta siempre pregunta por mis sueños. Dice que encierran lo más grande: miedo y deseos.
.
Antes soñaba distinto. Estaba programada, encuadrada, la vida tenía un plan y mis sueños una estructura. Planos intercalados, diálogos y hasta color. Eran una producción completa, con buenos argumentos, fáciles de recordar.
Pero llegó la época de romper con todo y en ese ejercicio burdo de desconectar, desempolvar, desarmar y hacerme pedazos la vida, se me quedaron los sueños disminuídos a nada. A un espacio negro en la pantalla, sin sonido, sin créditos, sin historia y sin personajes. Nada.
Perdí la capacidad de soñar. Durante algunos meses me quedé vacía de deseos y los miedos se fueron al carajo o se escondieron debajo de la coraza que me cosí para sobrevivir la transición.
De repente hace algunas semanas y con el dolor de la muerte encima, volví a soñar.
Regresaron los sueños pero regresaron distintos. Ahora son imágenes difusas, personajes cercanos siempre y un miedo recurrente: el de perderte a vos.
Regresaron los sueños pero regresaron distintos. Ahora son imágenes difusas, personajes cercanos siempre y un miedo recurrente: el de perderte a vos.
Supongo que sos mi ancla a la realidad, que si no fuera por vos, viviría en una fantasía de colores exaltados, dándome de topes por la vida, sobreviviendo.
Tengo miedo a la muerte, pero a la muerte tuya. Tengo miedo a no tenerte, a no ser el edificio de acero que pueda guardarte, a no poder cercar la maldad lejos, correrla y desterrarla para que no te toque, a no ser el todo completo que necesitás de suelo para echar raíces. Tengo miedo a no estar, a que la muerte me juegue feo y sea yo la que se vaya primero. Pero no tengo miedo a morir porque no pueda vivir, tengo miedo a morir por no estar con vos. Miedo a no verte crecer, a no sostener tu mano lo suficiente, a la falta de tiempo para amarrarte alas, para explicarte que todo puede ser distinto, a que desmenucemos con paciencia la idea del cielo y del universo, a que nos inventemos infiernos coloridos y cuentos de hormiguitas viviendo en un árbol, a no ver tu sonrisa cada noche, cuando querés que rece y empiezo con "Dios, diosito o diosita, lo que sea", o al intercambiar una mirada cómplice cuando a alguien cercano se le sale un prejuicio, a no poderte regalar suficientes libros, hablar de todos nuestros temas, explicarte que la vida sigue y ayudarte a tomar el mundo sin fronteras.
Fallarte y no estar. Ese es mi miedo.
Fallarte y no estar. Ese es mi miedo.
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El gato de Schrödinger
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- Liliana
- Si pudiera dejar de escribir, seguramente lo haría. Mis otros blogs: lilianavillatoro.wordpress.com oracogeecocaro.blogspot.com eldecalogodelciempies.blogspot.com