Arranqué la última raíz que me quedaba, dejé los escombros y caminé, viendo atrás, sí, porque no puedo dejar la vida disimulada y todos los segundos, minutos, horas, momentos, años, que tiene esta historia, como si nada.
Y aquí voy, con las rodillas raspadas, con la costumbre de sacudirme la tierra después de probarla y las ganas de no perder esta costumbre imbécil de seguir creyendo en lo que hago, en lo que digo, en lo que veo, en lo que siento, de guardarme un poco el sentido y volar sin alas, a dónde la luz se termine y no dibuje más sombras. Por que es lo que queda, porque es lo que quiero, porque lo indisoluble se queda conmigo, por siempre. Amén.
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