26 noviembre 2012

Hilo

Noviembre 24 de 2012.
Dejo el confort del transporte de siempre y camino sola en la carretera interamericana. Me detengo a pedir indicaciones y Corina Guarcax ofrece llevarme a la parada de bus. Me pide prestados Q2. Servirán para pagar su traslado y el de un bulto de elotes al Mercado de Mayoreo de Sololá.

Corina tiene 19 años y la piel curtida por el viento, el frío y la vida. Yo regreso de un viaje catártico a la ciudad, donde debí anudar los últimos cabos de este año y despedir un par de fantasmas. Viajo de vuelta para hacer el mismo ritual en Atitlán.  Corina es afable y se asombra cuando sabe mi edad y que no tengo marido.  Soy un Alien.

Sobrevivimos juntas un par de piropos indeseables en la carretera y nos sentamos bajo el sol.  Me cuenta que tiene tres hermanas. Ella es la mayor.  Veo sus pies, cubiertos de tierra, su espalda torcida, que ha dejado de sufrir por el peso, el rostro que aparta del sol y que dibuja un mapa debajo de sus ojos.  Ella ve mis zapatos atados, mis jeans desteñidos, la mochila al hombro y el suéter en la cintura.  Somos extrañas, pero no lo sentimos así.

Llega el bus. Corina se sienta lejos, cuidando el bulto.  Yo me siento sola y empiezo a rememorar cada instante. Cada kilómetro. Cada recuerdo. Cada vista.  Atitlán fue uno de nuestros sitios y guarda la época en que fuimos felices, guarda nuestros deseos puros, los planes pensados sobre roca firme y siento que debo lavarme en sus aguas este punto final.

El bus se detiene en Sololá. Digo adiós pero mi voz se hace queda.  Corina pasa sujetándose al tubo de hierro que enmarca los asientos y siento un poco de tristeza.  Llega al final del pasillo y voltea, mientras deja escapar un adiós,  firme y tibio. No sé si volveré a verla.
Me gusta pensar que sí, que somos parte de un hilo extenso y profundo que nos enlaza, que nos hermana, que nos reunió en este punto del camino.

Varios teóricos han desarrollado el tema de las coincidencias, lo que me resulta apasionante, como el tiempo y la forma en que lo percibimos, pero aunque esto no sea relevante en nuestra historia, quiero dejar escrito el nombre de Corina Guarcax, para no olvidar sus pies cubiertos de tierra, su espalda doblada por el peso y su piel quebrada por el viento.

La nombro antes que el tiempo difumine el hilo que nos unió, aunque mis pies guarden otra tierra, aunque no perciba el mismo peso sobre la espalda. Aunque las cicatrices de mi piel tengan otra causa.

Mañana será 25 de noviembre.  Corina y yo somos mujeres en Guatemala y serlo tiene algo de cicatriz.  No me gustan los cantos y redobles que gritan victimización. Me gusta creer que Corina y yo somos sobrevivientes en un sistema cerrado, machista y pequeño, en el que las mujeres no cabemos sino es con la etiqueta de producto y me gusta más pensar que un día las dos podamos celebrar la emancipación de nuestros cuerpos, de nuestras vidas. Celebrar ser mujeres y dueñas de nosotras, de nuestros destinos más allá de la pobreza y los convencionalismos. Salud, Corina Guarcax.

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