Te voy a dejar, le dije al amor. Y el amor palideció un poco y se encogió en su sillón. Se hizo pequeño y me vio con esa cara de mendigo que pone a veces, cuando me siente decidida. Dí la vuelta. El muy cínico no respondió nada. Me encontré a la nostalgia y aproveche para decirle que haga favor de sacudirse el polvo cada que venga, porque me deja rastros y ya me cansé de pensar que son desiertos. Esperé fuera, con la puerta cerrada, mientras el amor y la nostalgia chismearon un poco y se rieron de mi. Los dos se escondieron bajo el sillón. Se amaron, estoy segura, porque escuchaba gemidos quedos. Bah. Ilusos. No saben que yo sé.
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