-sueño-
Estoy dentro. No hay nadie más, no hace ruido, ni frío, ni siento incomodidad. El espacio es suficiente, no sobra ni falta, aunque en realidad no siento nada más. Es el interior de una elipsis amplia, una pared de hueso que me encierra sin aprisionarme, se acomoda a mi cuerpo y yo me acomodo a ella. La dejo y vuelvo como una especie de caracol. Saco la cabeza, veo y entonces despierto con un espasmo en el pecho. Me quejo. Duermo otra vez.
Vuelvo a soñar que estoy dentro. Encuentro una verdad. Algo lógico. La pieza olvidada en el el sueño brillante de la calma, la que olvidé. Es lo que une los sueños anteriores y entiendo que soy yo. Todo tiene un motivo, una razón y es tan sencilla, que me provoca risa, pero vuelvo a despertar al escuchar ese lamento de gato que no parece mío. Otra vez el espasmo en el pecho.
Duermo de nuevo. Vuelvo al mismo sitio, dentro. Se siente cómodo, tibio. Sonrío, me siento bien acá. No quiero abandonarme. Ondulo con los ojos abiertos en ese espacio sin color, sin tiempo. Gravito y deseo. Quiero poblarme, habitarme, expandirme. Me lleno con suavidad y respiro.
Nada sobra. Nada falta. No hay sobresalto. No hay nadie más, solo yo. Pero vuelvo a despertar. Otra vez el espasmo en el pecho y el gemido de gato que no es mío. La luz apenas se enciende. Me levanto, camino sin sombra, un poco asustada por el sobresalto y el dolor en el pecho.
Es miedo.
Miedo a despertar.
Soy un gato que se queja cuando lo sacan de su comodidad. Vuelvo a dormir. Y a despertar.
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