La noche se partió con una luz extraña. El sueño se fue de repente, como sucede cuando se atraviesa la conciencia. Abrió los ojos. Se sentó en la cama. Vio la sombra, grande, amplia, inmóvil dibujada sobre la puerta, como un par de alas esperando un abrazo, sin ojos y sin voluntad de desaparecer.
Revisó el contorno, intentó razonar el origen lógico (sin luz no hay sombras, aunque parezca lo contrario).
No lo encontró, no existía. Ni era sueño ni era real, pero no importaba. Ya no tenía miedo.
Y volvió a dormir.
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