02 julio 2013

Coemeterĭum

Pasillos amplios, construcciones planeadas a cada lado. La calle principal se extiende con holgura, se divide independiente en estilo, personalizando la muerte. Las orillas, por el contrario, son agujeros rectangulares que se copian uno a otro, en filas idénticas que se sobreponen hasta lo imposible.  En el centro hay orden, limpieza. En la orilla el sitio está invadido por escaleras imprudentes, colores estruendosos, flores plásticas, letras disparejas.  En el centro hay mármol, letras blancas, negras, doradas, ángeles blancos, columnas romanas, sobriedad, espacio.  En la orilla hay ruido, verde, amarillo, rosa, fotografías, cruces, lamentos, yeso sobrepuesto esculpido con un objeto rudimentario y una caligrafía imprecisa, un jesús mal dibujado, ángeles que se escaparon del otro lado y quedaron atrapados en una orgía de tristeza. Los pasillos de este lado son angostos, el agua inunda algunos y las flores silvestres atraviesan una que otra grieta.
En las orillas, las frases abundan. Recuerdan el amor, el tiempo en que te esperábamos, la sonrisa con que te encontró la muerte, esposa, madre, hija, esposo, hijo, padre, abuelo, abuela. Hay algunas silenciosas que solo portan un nombre escrito con un pincel burdo lleno de pintura de aceite. En el centro, las frases cortas pocas veces acompañan el nombre y la fecha, se acomodan al silencio como una forma elegante de enfrentarse al dolor.

Todo huele a humedad reciente, 
a lluvia vieja, 
a flores muertas. 

Este recinto es una democracia, como la de afuera. 
Todos se pudren dentro, aunque algunos recién estrenen la pintura.



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